CRUZANDO LOS LÍMITES

Ficción
Fue una siesta cualquiera. La noticia se perdió entre tantas parecidas, que cotidianamente llenan las páginas de los diarios. Los vecinos salieron a la calle a pedir justicia, pero ésta nunca llegó. El tiempo rápidamente hizo su trabajo, se llevó a los padres de mi esposa y se encargó de la salud de mi padre, él nunca se recuperó, su mente quedó dañada por los golpes del o los delincuentes, que ingresaron a mi casa y violaron y mataron a mi mujer, embarazada de siete meses, delante de mi padre atado a una silla, y luego de golpearlo ferozmente se marcharon como fantasmas maléficos, perdiéndose en los laberínticos recovecos de la ciudad. Nadie vio ni escuchó nada. Yo, como siempre a esa hora, estaba en mi trabajo cuando recibí la noticia. Carlos, mi amigo de la infancia me abrazó, trató de infundirme valor para poder soportar el dolor. Aún recuerdo nítidamente el dolor mezclado con odio y rencor, las ansias, la sed de venganza que no me permitía descansar. Nunca pude comprender lo que ocurrió, muchas veces me pregunté ¿Por qué a mí? Y siempre me llegó la misma respuesta: ¡por que a mí no! Jamás había odiado a nadie, jamás cause daño a alguien, éramos una familia normal, llena de sueños e ilusiones, pronto llegaría nuestro primer hijo, ya todo estaba preparado, su habitación, cuna, ropa, juguetes…y de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, todo se fue para siempre. Alguien me dijo: tienes que aceptar la vida como viene, es el destino, ya está marcado. No estoy de acuerdo respondí, no puede ser todo tan fácil o tan difícil, la vida no puede tratarse solamente del transitar por ella como si fuéramos sobre rieles, no amigo, la vida es otra cosa, es la sorpresa de vivir cada día, es el despertar y respirar el aire puro de la mañana, vivir, sentir, amar, la vida no puede ser tan aburrida como dices. Otros me dijeron: tienes que rehacer tu vida, pero… ¿que significa eso?, ¿que es rehacer la vida?, ¿como se hace?, para ello debería olvidar o al menos borrar de mis diarios pensamientos, el recuerdo de los seres que amé y que ya no están. Yo siempre me sentí preparado para trabajar, para luchar y ganar lo que tengo con mi esfuerzo, pero no estaba preparado para perder. Recuerdo el día en que María Inés, mi primera novia, regresó, pasamos muchas horas hablando, ella me contenía, y un día me propuso formar una nueva familia, pero yo le dije:
– Querida amiga, yo ya no soy el mismo- ella me miró en silencio, y como queriendo grabar en mi mente sus palabras me dijo:
– Pero serás el único.
Durante mucho tiempo medité sobre esa respuesta, podría haberle preguntado que quiso decir con eso, pero luego llegué a la conclusión de que no me interesaba, no quería saber más.
A veces tengo miedo, miedo a morir y dejar solo a mi padre, el pobre no puede valerse por si mismo, no habla, camina tambaleándose y a veces ni siquiera sé si entiende lo que digo, lo que hago, aunque siempre insiste, cuando menciono el siniestro día en que ocurrieron los hechos, en señalar con un dedo como si quisiera decirme que fue uno solo, un solo delincuente el que destruyó mi vida, y siempre que puede, toma un cuchillo y se encamina hacia la calle, con gesto agresivo, como buscando a alguien que solo él conoce. En algunas oportunidades los vecinos lo trajeron de regreso, por suerte, cuando yo no estoy, un enfermero lo cuida e impide que se vaya. Pobre mi padre, se que él sufre mas que yo, le tocó presenciar el ataque a nuestra familia, y no pudo hacer nada para impedirlo. Lo contemplo desgastado, viejo, enfermo, sentado, con la mirada perdida y la mente navegando, quien sabe en que mar de recuerdos, y quisiera conocer su pensamiento, quisiera saber de su angustia, del dolor que imagino tortura su mente, pero solo puedo acompañar su silencio y tratar de que sus días transcurran igual que los míos, en una rutina melancólica y previsible.
Los viernes por la noche, me visitan algunos amigos, y compartimos la cena y largas charlas que se extienden hasta la madrugada. Pero el último viernes, Carlos, casi un hermano para mi, mi mejor amigo, compañero de toda mi vida, me dio la tremenda noticia, había descubierto al autor de la muerte de mi esposa.
Una noche, en un bar ubicado a dos cuadras de mi casa, Ignacio Quinteros, mi vecino, luego de emborracharse como era su costumbre, contó a sus amigos detalles de la violación y asesinato que cometió hacía diez años atrás, y para demostrar que no mentía, mostró la cadenita con una cruz que mi esposa lucía el día del ataque. Alguien pensó en denunciarlo a la policía, pero finalmente nadie tomo ninguna medida, quedó como una anécdota más de un grupo de alcohólicos.
La noticia me impactó terriblemente, el dolor, la sed de venganza afloraron con fuerza incontenible, la furia nubló mi razonamiento y mi primer impulso fue el de buscar un arma y acabar con la vida de quién destruyó la mía. Mis amigos me tranquilizaron y me ayudaron a razonar, las cosas debían hacerse con cuidado, el apresuramiento solo me llevaría a la cárcel, y yo debía velar por mi padre desvalido. Alguien propuso pagar a un sicario para que se encargara de la tarea, pero yo les expliqué que eso seria lo mas fácil para él, no para mí, yo deseaba sentir su sangre caliente en mis manos, quería mirar el terror en sus ojos ante la muerte que se aproximaba, quizás, el mismo terror de la última mirada de mi mujer, les pedí que me ayudaran a planificar el ataque, y todos de acuerdo nos juramentamos en llevarlo a cabo, tomando todas las precauciones.
Ahora comprendía la razón que impulsaba a mi padre, a tomar un cuchillo y tratar de escapar de la casa, dirigiéndose siempre hacia el mismo lado, él conocía al asesino y quería vengarse, pobre viejo, tal vez ese sea al motivo de su vida, y por allí desvaríen sus pensamientos.
Mis amigos, cuando conocieron la noticia, en un principio, pensaron en realizar ellos la tarea, y habían efectuado el trabajo de inteligencia, estudiando los movimientos de Quinteros y hasta habían elegido y preparado el lugar para el ataque. El hombre, tres veces por semana concurría al bar “Trípoli”, y bebía hasta aproximadamente las tres de la madrugada, hora en que el personal avisaba a los parroquianos, que necesitaban limpiar el local para poder regresar a sus hogares, entonces el salía, y tambaleándose se dirigía caminando a su casa.
Carlos, junto a José, habían elegido un espacio entre dos viviendas, en lugar poco iluminado, aquí cerca, a solo dos casas de donde vivo, era un espacio muy estrecho y oscuro, y lo mejor, me permitía regresar rápidamente a mi casa, habían observado que Quinteros, cuando pasaba por ese lugar, se distraía, comenzaba a revisar sus bolsillos en búsqueda de la llave de su vivienda, que quedaba a muy corta distancia.
Mi vida se había modificado, no podía pensar en otra cosa que no fuera la venganza, creo que hasta mi padre había advertido que algo estaba ocurriendo. Por primera vez en muchos años, me sorprendí silbando una canción.
Esa tarde llamé a Carlos, mi amigo, y le conté que ya estaba decidido, sería esa noche.
Carlos vino esa tarde a mi casa, y entre los dos repasamos el plan, tratando de no dejar cabos sueltos, nada que pudiera incriminarme. Me pidió que no le llamara, que no utilizara el teléfono, que el vendría al otro día, como a traerme algo y yo le contaría, y que hiciera las cosas con calma, a esa hora la policía no patrulla este barrio que es muy tranquilo.
Esa noche, como es su costumbre, mi padre se durmió temprano y yo no encontraba programa que me gustara en la televisión, cambiaba de canal constantemente, mientras revisaba cada tanto el cuchillo que había elegido. A las dos de la mañana, no pude más con mi ansiedad y salí de la casa, no se veía a nadie por ningún lado, igualmente esperé varios minutos antes de dirigirme al escondite, rápidamente me introduje en él y me dispuse a esperar. El tiempo pasaba lentamente, hasta que de pronto, me sorprendió escuchar los pasos de la claudicante caminada de mi vecino. El corazón comenzó a latirme rápidamente y me bañé en transpiración. A medida que escuchaba se acercaba, comencé a temblar, por momentos no podía sostener el cuchillo. De pronto, Quinteros estuvo a mi lado, pude sentir el olor rancio y picante de su transpiración, y tuve miedo, una sensación de terror que nunca había experimentado, no me podía mover, lo vi pasar muy cerca de mí, y no pude reaccionar.
Pasó mucho tiempo hasta que me animara a salir del escondite y regresar a mi casa. Me sentía tan débil que mis piernas apenas podían sostenerme. Entré a la casa y me dejé caer sobre mi cama, quedando profundamente dormido.
Cerca del mediodía, me despertó el insistente sonido del timbre. Era Carlos.
-¿Y que pasó?- me preguntó ansioso.
Lo abrace y le dije:
-No pude hermano, no pude, me cagué.- y rompí a llorar.
-No te preocupes, lo que pasa es que nosotros no somos delincuentes, no podemos hacer lo mismo que ellos, ahora descansa, a la noche vengo con los muchachos y ya veremos como lo eliminamos.
Me dio un nuevo abrazo y se marchó.
Esa noche llegaron temprano, mi padre aún estaba despierto. Pasamos al quincho y nos sentamos a conversar.
-Muchachos, lo estuve pensando, necesito droga, la mayoría de los delincuentes proceden drogados.
-Las drogas no te dan valor Juan, las drogas lo que hacen es evitar que pienses, una vez que te drogas, dejas de pensar, ya no analizas consecuencias, no mides tus actos, te conviertes en una especie de zombi, ya no hay alegría ni dolor, entras en una especie de nube de pedos, como suele decir José.
-Vos crees entonces que la droga no me puede ayudar.
-Posiblemente si, no sentirás miedo, pero no será porque te volviste valiente, sino porque dejas de razonar.
-¿Dónde puedo conseguir, y quien sabe que es lo mas aconsejable?
-Yo te consigo- dijo Mario- se vende por todos lados, pero debes tener bien presente que una vez que ingresas en ese mundo, ya no podrás salir.
-No importa, y no te lo pido por favor, te lo imploro, conseguime algo y muy pronto, si es posible para mañana.
-Está bien, mañana te traigo, pero debes probarla por algunos días, porque al principio seguramente te dormirá.
Al día siguiente vino Mario y traía una bolsita con un polvo blanco y un sorbete:
-Tomá, tenés que poner un poquito sobre la mesa y aspirarla con esta pajita por la nariz, por las dudas hacélo acostado, al menos por esta primera vez, luego te podrás ir manejando de acuerdo a como reacciona tu organismo.
Seguí los consejos de Mario y comencé a drogarme. Un sentimiento de euforia me invadía, sentía que el mundo se rendía a mis pies, que todo lo podía, estaba feliz. Habían transcurrido diez días, y yo consideraba que el momento había llegado. Desde un teléfono público llamé a Carlos a su trabajo y le di la noticia, esa noche él estaba de turno en la Estación de Servicio y no podía venir a verme, pero me deseó la mejor de las suertes y prometió visitarme a la salida de su trabajo.
Esa noche, Papá se durmió más temprano que de costumbre, entonces con tranquilidad me cambié la ropa y las zapatillas, busqué el destornillador que había preparado, de gran tamaño y con un mango ergonómico que se adaptaba perfectamente a mi mano, aspiré un poco del “polvo mágico”, y me senté a esperar que llegara la hora. En estos días, había ensayado durante varias horas, el modo en que le daría los puntazos, sentía que todos los detalles habían sido cuidadosamente calculados y estaba eufórico. A las dos, igual que la vez anterior, salí de la casa y dejé la puerta apenas abierta, por si necesitaba entrar de prisa, miré hacia todos lados y no vi a nadie, entonces caminé rápidamente, pegado a la pared, hasta el lugar en donde esperaría a la víctima. La impaciencia me torturaba, muchos pensamientos se cruzaban por mi mente, entre ellos la posibilidad de que justamente hoy, Quinteros no hubiera ido al bar. En eso estaba, cuando comencé a escuchar el sonido de los pasos que esperaba, me asomé un instante y lo vi acercarse tomándose de las paredes. Hoy bebió más de lo acostumbrado, pensé. Esperé pacientemente, y en el momento oportuno, salí de un salto, me paré frente a él, con el brazo izquierdo lo empujé contra la pared, mientras penetraba su cuerpo varias veces con el destornillador. Un líquido caliente y viscoso corría por mi mano, escuchaba sus quejidos apagados y su desesperada respiración buscando el oxigeno que se le negaba, había llegado el momento de mirarlo a los ojos y ver el terror de la muerte reflejado en ellos. Un cuchillo cayó de su mano, y escuché mi voz, como si fuera la de otra persona, en un grito desgarrador: ¡PAPÁ! ¿POR QUÉ SALISTE DE LA CASA?

TITO MUÑOZ

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