Verano de mil novecientos cuarenta, primer domingo de enero. El despertador de doble campanilla, rompe la armonía del fresco amanecer, señalando la llegada de la hora numero siete. Su timbre persistente es interrumpido por la mano de Arminda, quien evita que continuara desplazándose sobre la mesa de noche a causa de la vibración. No tenía apuro por levantarse, anoche se había bañado cuidadosamente y había dormido toda la noche con una rejilla protegiendo su peinado. En realidad no podría asegurar que había dormido, si estuvo largas horas meditando. Hace dos días se cumplió el quinto aniversario de la muerte de su esposo y ayer, justamente un día después, Enrique le propuso unir sus destinos.
Arminda había nacido en una humilde vivienda, muy cerquita del Cementerio y del Hospital, justamente en éste último lugar paso algunos años trabajando como ayudante de enfermera, y fue allí donde conoció al que después sería su marido. Se casó a los diecisiete años. Si hoy alguien le preguntara si se casó enamorada, no sabría responderle, quizás se casó con él por ser el primer hombre que se acercó a su vida.
Escuchó ruidos en la cocina y se levantó rápidamente, su Tía, con quien vivía desde que quedó viuda, estaba colocando leña en la cocina económica, así que en pocos minutos tendría agua caliente para lavarse y desayunar.
Se acercó al ropero, y antes de abrir la puerta, se miró largamente en el espejo ubicado en una de las puertas. Se vio linda, aún conservaba la figura que la hacía sentir bien y que a pesar de los atuendos del luto, atraía las miradas masculinas.
Abrió la puerta y de un cajón sacó la bombacha con puntillas, una toallita higiénica, la pollera marrón y la blusa blanca. Colocó todo cuidadosamente sobre la cama. En otro cajón buscó el corpiño blanco y las medias transparentes. Tomó un toallón y se dirigió al baño a higienizarse. Al regresar se colocó la ropa interior y la enagua y se dirigió a la cocina. Allí la esperaba su tía con el jarro con leche caliente, intercambiaron algunas palabras mientras le agregaba dos cucharadas de Toddy y una colmada de miel, luego mientras revolvía todo con cuidado, ojeaba la revista Radiolandia.
-¿Hoy no vas a comulgar?- preguntó su Tía.
-No lo se Tía, ¿Usted porqué me lo pregunta?
-Porque ya no puedes, no estarás en ayunas.
-Es verdad, pero tenía mucha hambre y decidí desayunar.
Terminó de mirar la revista le dio una mirada a las otras que estaban sobre la mesa, Vosotras, Para Ti y Vanidades. Las leería a la siesta.
Apuró el último sorbo de chocolate, acompañado por una galletita Canale y se acercó a la pileta para lavar el jarro. Allí, a un costado, estaba el frasco con Aceite de ricino, entonces recordó que lo había tomado ayer por la tarde y que aún no le había hecho efecto, por lo que decidió tomar otra cucharada sopera. Recordó que cuando niña, cada cambio de estación le daban Cirulaxia, con los años cambió por Leche de Magnesia de Phillips y ahora el Aceite de ricino apenas le hacia efecto.
Regresó a su dormitorio y volvió a desnudarse. Se colocó el portaligas y luego la bombacha con la toallita higiénica, se sentó en la cama y se puso las medias, cuidando de que la raya quede perfecta y en medio de la pierna, fue hasta la mesa de noche y tomó el frasco de Agua de lavanda, vertió generosas porciones sobre su mano ahuecada y se frotó por el cuerpo y los muslos, luego tomó el envase de Chanel nº 5, perfume que le había regalado Enrique y se colocó un poquito detrás de cada oreja, se sentó frente al toilette y se cepilló cuidadosamente el cabello, ya estaba todo listo, ahora solo tenía que vestirse. Se colocó la enagua, la blusa blanca y luego la pollera, había elegido un par de zapatos de taco bajo y suela de goma, para no hacer ruido al caminar dentro de la iglesia, saludó a la Tía con un beso en cada mejilla, tomó el libro de misa, de tapas de nácar blanco, el rosario y la mantilla y salió con cierto apuro de la casa.
Ya en la vereda miró el libro de misa y se dio cuenta de que jamás lo había leído, no sabia cual era su contenido, luego cerró por un momento los ojos y disfrutó del aire de la mañana mientras caminaba hacia la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores con paso lento y estudiado, sabía que las miradas masculinas recorrían su figura y eso la hacia sentir feliz.
Mientras caminaba, acudió a su memoria lo vivido los últimos días junto a Enrique Este hombre había llegado a su vida colmándola de atenciones y nuevas experiencias, la acompañaba en sus paseos hasta la Plaza Mitre todas las tardes, hasta que ayer, con mucha delicadeza le había declarado su amor. Si bien Arminda sabía que ese momento llegaría, se sintió profundamente conmovida al escucharlo, le pidió un día para pensarlo, a lo que él gentilmente accedió, pero fue al llegar a su casa, que la tomó del brazo e ingresaron juntos al zaguán, allí la abrazó de la cintura con un brazo y con el otro acarició su rostro y su cabello, podía sentir su respiración agitada en su cara, luego abrió su boca y la besó como nunca antes la habían besado, sintió su masculinidad caliente apoyada sobre su vientre y sus manos acariciando sus pechos, creyó que se desmayaba, un torrente de nuevas emociones agitaban su corazón, de pronto su lengua se introdujo en su boca en momentos en que su mano se ubicaba entre sus piernas, no pudo mas, presa una extrema excitación, aterrorizada y agitada, lo apartó con firmeza.
-Basta por favor Enrique.
-Perdón Arminda, espero no haberla ofendido, me dejé llevar por mis emociones, le confieso que no dejo de pensar en Usted en todo el día, y sueño con el momento en que nuestros cuerpos desnudos se froten en la cama.
-Bueno, vaya a descansar, yo mañana debo ir a misa.
-A la tarde, a la hora de siempre la esperaré ansioso por conocer su respuesta.
La besó suavemente en los labios y se marchó.
Entró a su casa vacilante, las piernas se negaban a sostenerla, respiraba agitadamente y sentía calor en sus mejillas. Su Tía se asustó al verla en ese estado y le preguntó que le ocurría, a lo que respondió que la había corrido un perro, por eso estaba tan agitada y transpirada.
-Date un baño, te hará sentir mejor- dijo su Tía.
-Ya se me pasa, fue solo un susto- respondió.
La verdad es que no quería borrar con el baño, las sensaciones que las caricias de Enrique le habían producido.
Arminda no podía creer lo que le estaba ocurriendo, su esposo nunca había acariciado su cuerpo, jamás hicieron el amor desnudos, ellos nunca se vieron desnudos y este hombre…cuanta osadía, me propone acostarnos sin ropa, que nuestros cuerpos se rocen y se toquen, ¿Quién sabe cuántas cosas más tendrá pensado hacer con ella. Lo peor es que ha despertado nuevas sensaciones que le gustan, pero eso si, jamás le contará que su marido nunca la besó de ese modo, que nunca acarició su intimidad y menos aún que nunca se vieron desnudos, Arnoldo, que así se llamaba su esposo, era un fanático católico practicante, que consideraba que el sexo, la desnudes y/o cualquier forma de goce producido por sensaciones emanadas de los cuerpos, era pecado mortal, que el sexo debía practicarse únicamente buscando la reproducción, y como él no quería tener hijos, pocas veces hicieron el amor. De pronto se dio cuenta que había caminado como sonámbulo y sin tomar conciencia de ello ya estaba en la puerta de la Iglesia, para colmo estaba agitada, excitada, tenía que normalizar su respiración antes de ingresar al templo, sacó la blanca mantilla y despacio, muy lentamente, se la colocó sobre su cabello, bajó la cabeza y caminó hacia la puerta.
¿Había pecado al dejar que Enrique le hiciera esas cosas? ¿ o era pecado lo que sentía? Esto jamás podría confesarlo al cura, por lo que no tendría la respuesta, y la verdad es que tampoco le interesaba demasiado.
Se acercó a la Pila de agua bendita, introdujo su mano y se santiguó varias veces, sintiendo el salado sabor del agua en sus labios, luego caminó por el pasillo central y se ubicó bien adelante, en la tercera fila, en momentos en que comenzaba la ceremonia.
Escuchaba atentamente el sermón que el cura daba desde el púlpito, cuando de pronto sucedió: un fenomenal ruido de tripas atronó el espacio. Sintió las miradas acusadoras puestas en su figura, como pidiéndole que disciplinara a sus intestinos y dejara de hacer ruido. El cura desde el púlpito, la miraba intrigado mientras hablaba. Fue en ese momento, que Arminda recordó que esta mañana había reforzado la ingesta de purgante con una generosa dosis de aceite de ricino. Trató de acomodarse en el asiento, como buscando una posición cómoda para sus intestinos, en eso estaba cuando otro rugido llegó desde sus entrañas, esta vez acompañado de terribles dolores. No dudó ni un instante, rápidamente se levantó del asiento y caminó apresuradamente por el pasillo buscando la salida. Miró hacia la Pila de agua bendita, pero vio que se encontraba rodeada de mucha gente, por lo que prefirió darse vuelta, hacer una genuflexión y santiguarse antes de salir del Templo. Al llegar a la calle miró hacia todos lados buscando un auto de alquiler, pero no se veía ninguno, pero estacionado a pocos metros estaba el coche de plaza del Sordo Sosa, se acercó rápidamente y por señas le preguntó cuanto le cobraba por llevarla hasta su casa, pagó el importe requerido y subió apresuradamente. Apenas se sentó los dolores y ruidos la atormentaron nuevamente y cuando el coche arrancó con un brusco movimiento, sintió que se estaba manchando. No podía continuar reteniendo por mucho tiempo más la tempestad que se venía. Las pocas cuadras que había hasta su casa se le hicieron eternas, se retorcía de dolor y emitía fuertes quejidos, los que no eran escuchados por el cochero ya que éste era sordo. El coche paró frente a su casa y se bajó corriendo, hizo un ademan a modo de saludo, entró al zaguán y cerró la puerta que daba a la calle. Entonces emitió un largo suspiro de alivio, ya no importaba lo que ocurriera, ya nadie la vería. Caminó hasta la puerta cancel y entró a la vivienda, entonces se desató la tormenta. Gracias a su velocidad de maniobra, alcanzó a levantar su pollera y correr la bombacha hacia un costado, separó las piernas y dejó actuar libremente a la naturaleza. Fue un interminable escape de gases acompañados por violentos chorros de diarrea, los que trajeron un alivio inmediato a su sufrimiento, suspiró nuevamente y con un gesto de alivio y alegría giró para mirar hacia el living-comedor de la casa, el olor era insoportable, sintió un ruido y miró hacia el lugar de donde provenía, Enrique estaba allí, había dejado caer un ramo de flores, quería darle una sorpresa con la complicidad de su Tía. Pero allí estaba, con la boca y los ojos abiertos, una mueca de asco y espanto en su rostro, guardó rápidamente el estuche del anillo de compromiso que traía y caminó ágilmente hacia la puerta del zaguán, resbaló en la materia fecal que cubría el suelo, pero se repuso y se fue dando un violento portazo.
TITO MUÑOZ