ARMINDA

Verano de mil novecientos cuarenta, primer domingo de enero. El despertador de doble campanilla, rompe la armonía del fresco amanecer, señalando la llegada de la hora numero siete. Su timbre persistente es interrumpido por la mano de Arminda, quien evita que continuara desplazándose sobre la mesa de noche a causa de la vibración. No tenía apuro por levantarse, anoche se había bañado cuidadosamente y había dormido toda la noche con una rejilla protegiendo su peinado. En realidad no podría asegurar que había dormido, si estuvo largas horas meditando. Hace dos días se cumplió el quinto aniversario de la muerte de su esposo y ayer, justamente un día después, Enrique le propuso unir sus destinos.
Arminda había nacido en una humilde vivienda, muy cerquita del Cementerio y del Hospital, justamente en éste último lugar paso algunos años trabajando como ayudante de enfermera, y fue allí donde conoció al que después sería su marido. Se casó a los diecisiete años. Si hoy alguien le preguntara si se casó enamorada, no sabría responderle, quizás se casó con él por ser el primer hombre que se acercó a su vida.
Escuchó ruidos en la cocina y se levantó rápidamente, su Tía, con quien vivía desde que quedó viuda, estaba colocando leña en la cocina económica, así que en pocos minutos tendría agua caliente para lavarse y desayunar.
Se acercó al ropero, y antes de abrir la puerta, se miró largamente en el espejo ubicado en una de las puertas. Se vio linda, aún conservaba la figura que la hacía sentir bien y que a pesar de los atuendos del luto, atraía las miradas masculinas.
Abrió la puerta y de un cajón sacó la bombacha con puntillas, una toallita higiénica, la pollera marrón y la blusa blanca. Colocó todo cuidadosamente sobre la cama. En otro cajón buscó el corpiño blanco y las medias transparentes. Tomó un toallón y se dirigió al baño a higienizarse. Al regresar se colocó la ropa interior y la enagua y se dirigió a la cocina. Allí la esperaba su tía con el jarro con leche caliente, intercambiaron algunas palabras mientras le agregaba dos cucharadas de Toddy y una colmada de miel, luego mientras revolvía todo con cuidado, ojeaba la revista Radiolandia.

-¿Hoy no vas a comulgar?- preguntó su Tía.
-No lo se Tía, ¿Usted porqué me lo pregunta?
-Porque ya no puedes, no estarás en ayunas.
-Es verdad, pero tenía mucha hambre y decidí desayunar.
Terminó de mirar la revista le dio una mirada a las otras que estaban sobre la mesa, Vosotras, Para Ti y Vanidades. Las leería a la siesta.
Apuró el último sorbo de chocolate, acompañado por una galletita Canale y se acercó a la pileta para lavar el jarro. Allí, a un costado, estaba el frasco con Aceite de ricino, entonces recordó que lo había tomado ayer por la tarde y que aún no le había hecho efecto, por lo que decidió tomar otra cucharada sopera. Recordó que cuando niña, cada cambio de estación le daban Cirulaxia, con los años cambió por Leche de Magnesia de Phillips y ahora el Aceite de ricino apenas le hacia efecto.
Regresó a su dormitorio y volvió a desnudarse. Se colocó el portaligas y luego la bombacha con la toallita higiénica, se sentó en la cama y se puso las medias, cuidando de que la raya quede perfecta y en medio de la pierna, fue hasta la mesa de noche y tomó el frasco de Agua de lavanda, vertió generosas porciones sobre su mano ahuecada y se frotó por el cuerpo y los muslos, luego tomó el envase de Chanel nº 5, perfume que le había regalado Enrique y se colocó un poquito detrás de cada oreja, se sentó frente al toilette y se cepilló cuidadosamente el cabello, ya estaba todo listo, ahora solo tenía que vestirse. Se colocó la enagua, la blusa blanca y luego la pollera, había elegido un par de zapatos de taco bajo y suela de goma, para no hacer ruido al caminar dentro de la iglesia, saludó a la Tía con un beso en cada mejilla, tomó el libro de misa, de tapas de nácar blanco, el rosario y la mantilla y salió con cierto apuro de la casa.
Ya en la vereda miró el libro de misa y se dio cuenta de que jamás lo había leído, no sabia cual era su contenido, luego cerró por un momento los ojos y disfrutó del aire de la mañana mientras caminaba hacia la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores con paso lento y estudiado, sabía que las miradas masculinas recorrían su figura y eso la hacia sentir feliz.
Mientras caminaba, acudió a su memoria lo vivido los últimos días junto a Enrique Este hombre había llegado a su vida colmándola de atenciones y nuevas experiencias, la acompañaba en sus paseos hasta la Plaza Mitre todas las tardes, hasta que ayer, con mucha delicadeza le había declarado su amor. Si bien Arminda sabía que ese momento llegaría, se sintió profundamente conmovida al escucharlo, le pidió un día para pensarlo, a lo que él gentilmente accedió, pero fue al llegar a su casa, que la tomó del brazo e ingresaron juntos al zaguán, allí la abrazó de la cintura con un brazo y con el otro acarició su rostro y su cabello, podía sentir su respiración agitada en su cara, luego abrió su boca y la besó como nunca antes la habían besado, sintió su masculinidad caliente apoyada sobre su vientre y sus manos acariciando sus pechos, creyó que se desmayaba, un torrente de nuevas emociones agitaban su corazón, de pronto su lengua se introdujo en su boca en momentos en que su mano se ubicaba entre sus piernas, no pudo mas, presa una extrema excitación, aterrorizada y agitada, lo apartó con firmeza.
-Basta por favor Enrique.
-Perdón Arminda, espero no haberla ofendido, me dejé llevar por mis emociones, le confieso que no dejo de pensar en Usted en todo el día, y sueño con el momento en que nuestros cuerpos desnudos se froten en la cama.
-Bueno, vaya a descansar, yo mañana debo ir a misa.
-A la tarde, a la hora de siempre la esperaré ansioso por conocer su respuesta.
La besó suavemente en los labios y se marchó.
Entró a su casa vacilante, las piernas se negaban a sostenerla, respiraba agitadamente y sentía calor en sus mejillas. Su Tía se asustó al verla en ese estado y le preguntó que le ocurría, a lo que respondió que la había corrido un perro, por eso estaba tan agitada y transpirada.
-Date un baño, te hará sentir mejor- dijo su Tía.
-Ya se me pasa, fue solo un susto- respondió.
La verdad es que no quería borrar con el baño, las sensaciones que las caricias de Enrique le habían producido.
Arminda no podía creer lo que le estaba ocurriendo, su esposo nunca había acariciado su cuerpo, jamás hicieron el amor desnudos, ellos nunca se vieron desnudos y este hombre…cuanta osadía, me propone acostarnos sin ropa, que nuestros cuerpos se rocen y se toquen, ¿Quién sabe cuántas cosas más tendrá pensado hacer con ella. Lo peor es que ha despertado nuevas sensaciones que le gustan, pero eso si, jamás le contará que su marido nunca la besó de ese modo, que nunca acarició su intimidad y menos aún que nunca se vieron desnudos, Arnoldo, que así se llamaba su esposo, era un fanático católico practicante, que consideraba que el sexo, la desnudes y/o cualquier forma de goce producido por sensaciones emanadas de los cuerpos, era pecado mortal, que el sexo debía practicarse únicamente buscando la reproducción, y como él no quería tener hijos, pocas veces hicieron el amor. De pronto se dio cuenta que había caminado como sonámbulo y sin tomar conciencia de ello ya estaba en la puerta de la Iglesia, para colmo estaba agitada, excitada, tenía que normalizar su respiración antes de ingresar al templo, sacó la blanca mantilla y despacio, muy lentamente, se la colocó sobre su cabello, bajó la cabeza y caminó hacia la puerta.
¿Había pecado al dejar que Enrique le hiciera esas cosas? ¿ o era pecado lo que sentía? Esto jamás podría confesarlo al cura, por lo que no tendría la respuesta, y la verdad es que tampoco le interesaba demasiado.
Se acercó a la Pila de agua bendita, introdujo su mano y se santiguó varias veces, sintiendo el salado sabor del agua en sus labios, luego caminó por el pasillo central y se ubicó bien adelante, en la tercera fila, en momentos en que comenzaba la ceremonia.
Escuchaba atentamente el sermón que el cura daba desde el púlpito, cuando de pronto sucedió: un fenomenal ruido de tripas atronó el espacio. Sintió las miradas acusadoras puestas en su figura, como pidiéndole que disciplinara a sus intestinos y dejara de hacer ruido. El cura desde el púlpito, la miraba intrigado mientras hablaba. Fue en ese momento, que Arminda recordó que esta mañana había reforzado la ingesta de purgante con una generosa dosis de aceite de ricino. Trató de acomodarse en el asiento, como buscando una posición cómoda para sus intestinos, en eso estaba cuando otro rugido llegó desde sus entrañas, esta vez acompañado de terribles dolores. No dudó ni un instante, rápidamente se levantó del asiento y caminó apresuradamente por el pasillo buscando la salida. Miró hacia la Pila de agua bendita, pero vio que se encontraba rodeada de mucha gente, por lo que prefirió darse vuelta, hacer una genuflexión y santiguarse antes de salir del Templo. Al llegar a la calle miró hacia todos lados buscando un auto de alquiler, pero no se veía ninguno, pero estacionado a pocos metros estaba el coche de plaza del Sordo Sosa, se acercó rápidamente y por señas le preguntó cuanto le cobraba por llevarla hasta su casa, pagó el importe requerido y subió apresuradamente. Apenas se sentó los dolores y ruidos la atormentaron nuevamente y cuando el coche arrancó con un brusco movimiento, sintió que se estaba manchando. No podía continuar reteniendo por mucho tiempo más la tempestad que se venía. Las pocas cuadras que había hasta su casa se le hicieron eternas, se retorcía de dolor y emitía fuertes quejidos, los que no eran escuchados por el cochero ya que éste era sordo. El coche paró frente a su casa y se bajó corriendo, hizo un ademan a modo de saludo, entró al zaguán y cerró la puerta que daba a la calle. Entonces emitió un largo suspiro de alivio, ya no importaba lo que ocurriera, ya nadie la vería. Caminó hasta la puerta cancel y entró a la vivienda, entonces se desató la tormenta. Gracias a su velocidad de maniobra, alcanzó a levantar su pollera y correr la bombacha hacia un costado, separó las piernas y dejó actuar libremente a la naturaleza. Fue un interminable escape de gases acompañados por violentos chorros de diarrea, los que trajeron un alivio inmediato a su sufrimiento, suspiró nuevamente y con un gesto de alivio y alegría giró para mirar hacia el living-comedor de la casa, el olor era insoportable, sintió un ruido y miró hacia el lugar de donde provenía, Enrique estaba allí, había dejado caer un ramo de flores, quería darle una sorpresa con la complicidad de su Tía. Pero allí estaba, con la boca y los ojos abiertos, una mueca de asco y espanto en su rostro, guardó rápidamente el estuche del anillo de compromiso que traía y caminó ágilmente hacia la puerta del zaguán, resbaló en la materia fecal que cubría el suelo, pero se repuso y se fue dando un violento portazo.

TITO MUÑOZ

El misterio de la Iglesia abandonada

Prólogo
Considero importante que conozcan a la principal protagonista de este relato, se encuentra muy cerca de Villa Dolores y si ingresan a You Tube y buscan “La iglesia de los Navarro”, podrán comprender parte de los misterios que oculta esta construcción. Traté de averiguar datos de la misma con gente de la zona, pero todos brindan versiones o párrafos de historias que escucharon de sus mayores, algunas de ellas coinciden en que fue construida hace unos doscientos años o más, ignorando de donde obtuvieron el material y cuál fue el tiempo que tardaron, otras hablan de una situación de envidia entre dos propietarios de campos, y de uno de ellos que construyó esta iglesia de un tamaño que el otro no podría igualar, también existe la leyenda del cura sin cabeza, quien observó una polvareda a la distancia, subió a una de las torres y vio una horda de delincuentes que se aproximaba, entonces alertó a los vecinos con el sonido enloquecido de campanas, por lo que fue decapitado por los delincuentes. Gracias a un vuelo de Dron, se puede ver la inmensidad del paisaje desierto y ninguna justificación de su tamaño. Extrañamente, no ha sido aprovechada como de interés turístico. El terreno que ocupa pertenece a la Provincia de San Luis.
Pero vamos al relato
Llegué a Villa Dolores en colectivo, luego de haber sido dado de baja del Servicio Militar Obligatorio. No tenía novia, pero si grandes deseos de salir de parranda. Me costó bastante encontrar ropa de mi medida, mi cuerpo había cambiado por la rutina y actividad física en el ejército. Temprano me alisté, y cuando las sombras de la noche comenzaron a cubrir la ciudad, salí y me dirigí a la esquina de mi casa, frente a Plaza Sarmiento. Allí estuve un rato pensando a donde ir. De pronto escuché música a la distancia y dejé que la misma me guiara. Caminaba hacia el Club Comercio, pero el origen del sonido era más lejano, igual me dejé guiar por él. Cuando me encontraba cerca escuché, que la comisión vecinal de un barrio organizaba un baile para recolectar fondos para algo, no recuerdo que, y que la entrada era libre y gratuita, solo invitaban a consumir alimentos y bebidas, justo lo que necesitaba.
Llegué a un terreno baldío, cerrado con alambrado cubierto con bolsas de arpillera, ingresé y pude ver la pista de baile bien regada y limpia. Ya había bastante gente. A poca distancia de donde me encontraba, había dos chicas y un muchacho, una de las chicas me miraba y de pronto me sonrió, era bonita y comencé a caminar hacia ellos.
Al llegar a su lado, saludé con un simple Hola. Me respondieron al unísono, entonces pregunté:
-¿Cuál es tu nombre? –dirigiéndome a la chica que estaba sin compañía.
-Me llamo Sabrina y vos.
-Yo soy Juan.
-Ellos son mis amigos Elisa y Chaira.
-¿Chaira?- pregunté curioso, no me gustaba el nombre ni la persona, tenía aspecto de agresivo, aunque no me inspiraba inquietud alguna, creía que de producirse algún inconveniente, podría con él.
-Sí, todos me conocen por “El Chaira”, así como suena.
Me desentendí del Chaira e invité a Sabrina a bailar. La pista estaba vacía, aun nadie bailaba, pero ella aceptó y pronto la tuve en mis brazos por primera vez.
El amanecer nos encontró recostados sobre el césped a orillas del canal revestido. Muy cerca había una puerta que sería otro ingreso a la casa en que vivían. Luego de encendidas caricias, nos despedimos, prometiendo regresar en horas de la siesta.
Los días pasaban rápidamente, mientras yo como un sonámbulo recorría el camino que me llevaba a encontrarme con Sabrina. Fueron días para siempre inolvidables, hasta que una tarde me dijo:
-Mañana regresamos a Tilquicho.
-No comprendo,¿ por qué a Tilquicho? ¿no es ésta tu casa?.
-No, nunca preguntaste, nosotras somos de allá, el Chaira vive aquí, él viaja muy seguido a ver a Elisa, tiene una moto y te puede llevar, ya estuvimos hablando sobre eso, el viernes, o sea dentro de tres días los esperaremos a los dos.
La verdad estaba desconcertado, creí haber encontrado a la mujer de mi vida, y de pronto, todo se complicaba.
-Pero en donde vives, en Tilquicho no hay nada, solo una estación del Ferrocarril y no recuerdo haber visto alguna casa, por casualidad tu Papá trabaja en el Ferrocarril.
-No y no vivo exactamente en la Estación, mi padre trabaja en un campo muy cerquita, apenas dos cuadras, allí queda mi casa.
La despedida tuvo un sabor amargo para mí, una gran desazón había reemplazado mi habitual seguridad, esa noche regresé a mi casa caminando despacio, como si arrastrara un pesado baúl abarrotado de preguntas sin respuesta.
Esa noche dormí muy poco y a la mañana siguiente me dirigí a la casa del Chaira. Lo encontré abocado a la tarea de limpiar el motor de su moto, una Puma de 98 cc, que se veía en buen estado.
-Hola. dijo al verme. –Estaba pensando en vos, vení sentate.
-Mira Chaira, vengo a que hablemos del viaje a Tilquicho el viernes, me contó Sabrina que ya lo tenías planeado.
-Si, claro, lo que quería conversar con vos es con respecto al camino, podemos ir por la calle San Luis, por allí voy siempre, pero hay mucho polvo suelto, cuando pasa un auto no ves nada por largo rato, además de ensuciarte completamente, yo pensaba ir por La Lomita, el camino sale en la curva del camino a San Luis, antes de llegar al Control Policial.
-Dale, yo no tengo problemas, nunca fui por ruta, no conozco, vos tomá la decisión.
Conversamos un poco más, y luego me fui, creo que ya teníamos todo planeado.
El viernes me levanté muy temprano, desayuné y caminé hasta la esquina de mi casa, en donde el Chaira ya me esperaba. Subí a la moto y partimos rumbo a la aventura.
Cuando los primeros rayos del sol acariciaban el paisaje, ingresábamos al camino a La Lomita. Avanzábamos lo más rápido que el camino lo permitía, lo bueno era que no había tránsito y no se levantaba polvo. Tenía razón el Chaira en elegir esta ruta. Llevábamos más de media hora de viaje, cuando fuimos sorprendidos por las ruinas de una enorme y antigua iglesia construida a un costado del camino. Paramos para mirarla sin pronunciar palabra alguna. Me bajé de la moto, subí los tres peldaños de la explanada exterior, e ingresé a lo que alguna vez seguramente fue la nave del templo. La Iglesia tenía dos torres, similares a la Parroquia de Villa Dolores, y una de ellas conservaba una cruz de hierro forjado, también se podían ver en el frente, dos nichos para albergar imágenes religiosas, el interior, no tenía el techo, solo quedaban rastros de que alguna vez lo tuvo, estaba cubierta de yuyos y escombros, y al fondo a la izquierda una habitación que seguramente fue la sacristía. Recorrí los alrededores buscando el lugar en donde prepararon los materiales para construirla, pero no encontré nada, pensé que seguramente el paso de los años había borrado todo vestigio
Regresé a donde se encontraba el Chaira, al lado de su moto:
-¿Vos conocías estas ruinas?
-Si pero había venido por este mismo camino, desde Tilquicho.
-¿Sabés algo de esto, porqué construyeron algo tan grande en un lugar tan solitario, para que, quién y cuándo?
-Mirá hay muchas historias sobre esta iglesia, la menos creíble es que un hacendado de la zona construyó en su campo una capilla y el vecino quiso hacer algo más grande, pero como verás no hay casas por aquí, por otro lado creo que se construyó a principios de mil ochocientos, pero no sé, también dicen que nunca fue consagrada, por lo que la llaman simplemente la iglesia de los Navarro, presuntos constructores. También hay muchas leyendas, como la del cura sin cabeza, que sería un sacerdote que quiso alertar a los vecinos por la aproximación de maleantes tocando la campana frenéticamente y fue degollado por los mismos, historia tampoco muy creíble porque como verás no hay vecinos, pero sigamos que se nos hace tarde.
Subí a la moto y continuamos.
Antes de llegar a Tilquicho, encontramos a Sabrina que nos hacía señas a la sombra de un grupo de árboles.
Bajé corriendo de la moto y nos dimos un abrazo interminable, mientras el Chaira me gritaba que al atardecer me pasaba a buscar y aceleraba su motocicleta desapareciendo rápidamente por el camino.
Pronto olvidé la experiencia vivida en la Iglesia abandonada y disfrutamos intensamente del momento que la vida nos brindaba. Al mediodía, Sabrina acercó un bolso que trajo, de donde sacó sándwiches de milanesa y una botella con vino tinto. Pero las horas pasaron implacables, el día llegaba a su fin, cuando Sabrina me dijo:
-Bueno, tengo que irme, no traje linterna y debo regresar a mi casa, voy a cortar camino por un sendero- dijo señalándome un pequeño camino que se perdía serpenteante entre los árboles- solo son dos cuadras, te lo explico por si regresas y quieres buscarme, pero en qué piensas.
-No lo sé, es como intranquilidad, no sabría explicarlo.
-Es como si esta partida tuviera sabor a, para siempre.
-Bueno quizás sí, pero reconozco que me cuesta separarme de vos.
Nos abrazamos un largo rato, luego ella comenzó a vestirse, me dio un beso y extrajo entre sus cosas una botellita extendiendo la mano me dijo toma esto:
-¿Qué es?- pregunté.
-Un brebaje que prepara mi abuela, es para……..no sentir frio.
-Pero si no hace frio.
-Es noche de luna llena- respondió.
Y comenzó a caminar. Quedé solo sumergido en mis pensamientos, la noche pronto se instaló y fue cuando escuché el ruido del motor de la moto del Chaira. Este llegó apurado me entregó una bolsa diciéndome:
-Son choclos, le até unas cuerdas para que pudieras llevarla a la espalda, cuando lleguemos a Villa Dolores te doy la mitad, dale subí.
Cargué la bolsa a mi espalda, subí a la moto y partimos rápidamente, la luz de la moto no ayudaba mucho, pero el Chaira manejaba muy bien. Habíamos recorrido algunos kilómetros, cuando me acerco a su oreja y le digo:
-¿Viste cuantas luciérnagas?
-¿Adonde?- gritó sorprendido- es noche de luna llena.
De pronto el motor de la moto se detuvo y seguimos hasta que la fuerza del envión se acabó. Me bajé y caminé unos pasos hasta el costado del camino, mientras miraba embelesado la imagen fantasmal de la iglesia abandonada, iluminada generosamente por la luna llena. En eso escucho el motor de la moto que arranca, y veo que el Chaira acelera y parte raudamente, dejándome solo a mitad del camino a Villa Dolores. Descargué la bolsa con choclos que cargaba a mi espalda y…algo extraño pasó, desperté tomando conciencia de que estaba acostado en el suelo dentro de la iglesia, no podía moverme, hablar ni mirar hacia los costados, estaba inmovilizado, aunque no sentía la presión de atadura alguna. Muchas, quizás cientos de luciérnagas, que se habían transformado en hermosas mujeres, revoloteaban por el lugar, de pronto una se acercó y pude ver que era Sabrina.
-¿Cómo estás?- me preguntó sin emitir sonido alguno.
-Asustado- respondí solo con el pensamiento- ¿Qué es esto?¿donde estoy?¿Es un aquelarre?
Me pareció que Sabrina sonreía- Si, es una reunión de brujas, yo soy una de ellas.
-¿Por qué hay tantas, son todas de Tilquicho?
-No, hoy la reunión es muy especial, fueron invitados muchos Coven, y todos están aquí.
-¿Qué es un Coven, no entiendo nada?
-¿Puedes ver la fogata?
Hice un esfuerzo y si, ahora la veía, pero también veía una cruz y sobre ella alguien colgando boca abajo:
-Si ahora la veo, pero también veo que alguien cuelga de una cruz.
-Ese es el Chaira, recibió el castigo que el consejo de sabios creyó que merecía.
-No entiendo nada.
-Escucha, los grupos de brujas se reúnen para un fin determinado y ese grupo se llama Coven, cuando un Coven supera los trece miembros, se separa y forma un nuevo Coven, cada uno de ellos tiene Principiantes, sacerdotisas y la madre sacerdotisa y/o su consorte, quien adquiere la jerarquía por el solo hecho de desposar a una bruja de jerarquía, pero volviendo a tu poco conocimiento sobre el tema, aquí hay muchos covens, y se formó un gran consejo maestro de sabios, cada coven tiene su consejo de sabios, quienes trataron el caso del Chaira, el estuvo casado con una bruja madre, pero aprovechó esa condición para violar a dos principiantes, el error mayor lo cometió hace unos días cuando violó a la hija de una bruja de alta jerarquía.
-¿Y qué pasó con el Chaira?
-Allí lo tienes, o mejor dicho lo que queda de él, colgado boca abajo y asado a las llamas del fuego purificador.
-¿Lo mataron?, ¿y por qué yo estoy aquí?
-Estas aquí, porque estabas en el lugar y en el momento equivocado, bueno me voy, pronto amanecerá- me dijo sin responder a mi pregunta, pero no hacía falta, podía ver algo como un hombre colgando de una cruz en llamas.
Sabrina se acercó, y sus labios rozaron mis labios en un suave beso de despedida y lentamente se elevó, pude ver su cuerpo perfecto, desnudo, cubierto por una túnica transparente que irradiaba luz, perdiéndose lentamente en la distancia.
Los primeros rayos del sol me despertaron, miré de inmediato hacia todos lados pero no había nadie. Me paré de un salto y miré hacia el interior de la Iglesia, todo estaba igual que cuando la conocí, los escombros, los yuyos, los árboles que crecieron en su interior, confieso que no tuve el coraje para acercarme a mirar en su interior. Tomé la bolsa con choclos y la cargué sobre mis hombros, mientras pensaba y sonreía, que increíble es la mente, como un sueño puede parecer tan real, y las palabras, coven, sacerdotisas, la diosa Diana, el nombre de esa especie de religión Wicca, no, no lo puedo creer, pero que alivio todo eso no fue más que un sueño.
Continué caminando y a los pocos kilómetros tuve deseos de ir al baño, miré para todos lados y no había nadie, dejé la bolsa en el suelo y corrí hacia unos matorrales que cubrían parte del costado del camino, aparté un grupo de ellos y salté hacia el refugio que me ofrecían, fue en ese momento que la vi, allí en el suelo estaba la moto Puma…. la moto del Chaira….

TITO MUÑOZ

LA BALADA DEL NEGRO JUAN

Los nombres, personajes, fechas, lugares etc., utilizados en la narración se ajustan estrictamente a la verdad y cualquier comparación o intento de relacionarlo con la ficción es pura casualidad.

 

Una balada, es un modo de narrar una historia mediante una canción. Como todos mis amigos están roncos, afónicos o cantan muy mal, decidí escribirla.

Se lo conocía como al Negro Juan, aunque algunos le decían Juan Culorroto por motivos que luego explicare. El Negro era un personaje muy singular. No parecía un negro, era muy difícil que alguien pudiera decir que el Negro era negro, tenia buenos modales, se expresaba correctamente, siempre andaba bien afeitado y peinado, limpio, la ropa bien arreglada, no tomaba cerveza en la vereda con los amigos, siempre hablaba en voz baja, no molestaba a las mujeres, hasta usaba un poco de perfume, podría decirse que daba gusto verlo sonarse la nariz, presionaba con el pulgar un cornete  mientras la mano se extendía hacia arriba con el índice, pulgar y anular cerrados y dejando extendido el dedo meñique en un dejo de distinción sin igual y de un solo soplido vaciaba el contenido de la fosa nasal con una pasmosa puntería, acertando siempre al blanco elegido.

El Negro trabajaba en una de las tantas tornerías existentes en la zona, siendo un excelente empleado muy reconocido por sus patrones por su alto rendimiento en cantidad y calidad de sus trabajos. Entraba a trabajar a las ocho de la mañana y ponía a prueba sus habilidades hasta las ocho de la tarde, momento en que sonaba un silbato anunciando el final de la jornada. Ricardo Guiraldes en su Santos Vega describe el atardecer de un modo melancólico y misterioso cuando dice,”Cuando la tarde de inclina sollozando al occidente, corre una sombra doliente sobre la pampa argentina”, pero como yo no soy poeta, solamente puedo decir que el Negro terminaba de trabajar y se iba a la casa que compartía con su abuela, a bañarse y cambiarse de ropa, y que luego de mirar un poco de televisión se acostaba a descansar.

En la tornería, a las diez de al mañana, se proveía a cada obrero un pan casero de gran tamaño, el cual consumían durante el almuerzo, la media tarde y en realidad en cualquier momento en que sintieran hambre. Un día el dueño del aserradero, por causas que se intentan esclarecer, suspendió por tiempo indeterminado la entrega del pan casero a su personal. Esto causó un gran descontento para quienes mitigaban el hambre comiendo un pedazo del mismo en el momento requerido. El Negro Juan  como era incapaz de producir disturbios para hacer oír sus reclamos, inicio su protesta del único modo que podía, en silencio pero con grandes repercusiones posteriores. El Negro inicio una huelga de materia fecal y transmitió su drástica y dramática decisión al resto de los obreros. Nadie quiso sumarse a esa tan particular forma de protestar, pero le ofrecieron todo su apoyo. Los días transcurrían, el pan no llegaba y el vientre de Juan comenzó a hincharse. Su rendimiento disminuía paulatinamente y su piel se tornaba amarilla o blanquecina, pero pese a todo, el Negro, estoicamente continuó con su protesta. No falto ningún día a su trabajo y al fin el patrón aflojo y el pan nuevamente comenzó a llegar en forma regular a cada empleado. Ya era tiempo de finalizar con la protesta, así que esa tarde el Negro regresó contento a su casa, tomó una revista de gran tamaño y se sentó en el inodoro dispuesto a vaciar sus castigados intestinos, pero, siempre surge algún pero, no paso nada, se le había formado un bolo fecal, o simplemente en lenguaje popular el negro estaba trancado. Con gran preocupación, comenzó a tomar laxantes, purgas de aceite de hígado de Bacalao, purga de sal, cirulaxia, te de hojas de ombú etc.,  pero no obtenía resultados, los días pasaban y el Negro seguía sin defecar.Habian transcurrido cuarenta y cinco días, y una mañana, el Negro comenzo a sentirse muy mal, aviso a sus compañeros de trabajo y de pronto se desmayó, lo tomaron entre dos de los muchachos y lo llevaron en la carretilla a la salita del Barrio que les quedaba mas cerca. Cuando llegaron se encontraron con que allí no había médico ni enfermera, solo una encargada que entregaba leche maternizada. Lo acostaron en una camilla y como conocían el problema que aquejaba al Negro, decidieron ayudarlo, el Cucaracha se acordó del Espinón Rosales, que solucionaba problemas similares en animales vacunos y vivía muy cerca. Lo fueron a buscar, y luego de un vistazo, éste ya sabía lo que tenia que hacer. De inmediato mandó a uno de los muchachos a su casa a buscar la grasera, que utilizaba en la moto y el tarro de grasa grafitada, además de un guante de goma que le llegaba hasta el codo.  Ya con los elementos en su poder introdujo …”voy a omitir los detalles de los procedimientos utilizados, a fin de no herir susceptibilidades”,  A pesar de lo horroroso de los hechos relatados todo salió bien, cosieron el culo del Negro con hilo lonero, que era lo único que encontraron, y por esta circunstancia le quedo al Negro el apodo de Culorroto que muy pocos se atreven a pronunciar.

El Negro era un católico practicante, nunca faltaba a misa, procesiones u otras festividades del culto. Un domingo, al salir de misa, se cruzó con un cura que no conocía, y cumpliendo una costumbre que desde niño practicaba, lo llamó:

-Buen día Padre.

-Buen día – contesto este.

-¿Me da una estampita?, disculpe pero es una costumbre que tengo desde niño.

El cura lo miro sorprendido, dudo un momento, luego miró hacia arriba, como hacen todos lo que piensan,  como si lo que buscaran estuviera escrito en lo alto, luego hurgó en sus bolsillos y le entrego una pequeño trozo de papel.

-Gracias padre- dijo el negro y la guardó en el bolsillo trasero de su pantalón, con cuidado de que no se doblara, luego se dirigió a su casa, sintiéndose un poco cohibido, porque si bien, durante su niñez principalmente siempre llevó a la práctica el pedir estampitas,  hoy le ardía la cara, que seguramente estaba colorada y tomó un poco de conciencia de su edad, pensando en abandonar esa vieja costumbre.

Caminó rápido y al llegar, luego de dar un beso a su abuela, entró a su  pieza y se sentó en la cama para mirar la estampita. Esta no se parecía a las que él tenía. Decía San Petersburgo y no tenía la imagen de un Santo, parecía la foto de una ciudad, entonces  pensó que seguramente uno de esos edificios era un templo que guardaba los restos del santo mencionado. La dio vuelta y tenia una raspadita. Todo tenía el aspecto de una cargada, una estampita con raspadita, que porquería. Guardo la estampa y trató de olvidar lo ocurrido.

A la tarde como todos los domingos, fue a la cancha de bochas a encontrarse con los amigos, en el lugar ya se encontraban algunos, sentados a una mesa tomando cerveza. El Negro como era su costumbre ocupo su lugar y pidió como siempre una soda sin gas, tenia una gran cultura alcohólica, nunca compartía cervezas, vino, fernet con cola, whisky con cola, o cualquier otra bebida con alcohol, cuando deseaba beber algo fuerte lo hacia en su casa y si se emborrachaba, nadie podía decir que fue molestado por el estado del Negro. Luego se quedo pensativo y en silencio hasta que uno de los amigos le preguntó que le pasaba. Al principio no quiso contar, pero luego les relato lo sucedido esa mañana en la puerta de la iglesia y les mostró la estampa, que entre risas burlonas fue pasando de mano el mano, hasta que el Ojo de Gallo dijo:

-La raspemos para ver que hay debajo.

De inmediato saco una moneda de diez centavos y comenzó a rasparla hasta que una leyenda quedo visible:

-Ganaste un viaje al Mundial de Fútbol Rusia 2018.

-¿Qué?- Dejate de joder-Dale deci, que tiene escrito.

-Eso, ganaste un viaje al Mundial de Fútbol.

-Es una joda, no puede ser.

El dialogo se hizo confuso, todos opinaban y proponían distintas opciones, hasta que una vez de acuerdo, todos se levantaron y se dirigieron a la iglesia en donde seguramente encontrarían al cura párroco jugando al ajedrez con algún feligrés.

Sorprendido el cura escucho el relato que, Soprano, que era la voz cantante del grupo, intentaba explicar. Luego tomó la estampa en su mano, la observó cuidadosamente, y levantando la vista le dijo al Negro:

-Has sido bendecido con un viaje al Mundial de Fútbol Negro, esta estampita es legítima, si te fijas bien, hasta tiene la firma del Papa. Tú tienes que tramitar el pasaporte e informarme la fecha en que estarías dispuesto a viajar, los gastos corren por cuenta de la Iglesia así que no debes preocuparte por nada.

El Negro y los muchachos no salían de su asombro. De pronto el Negro dijo:

-Lo voy a pensar Padre.

-No tienes nada que pensar hijo, obtiene el Pasaporte y viaja, estas cosas se dan una vez en la vida y luego no hay lugar para arrepentimientos.

Volviendo al club, comenzó a organizarse la ayuda que le prestarían. Prioritariamente había que conseguir el pasaporte y se decidió, que el Pelado que hacia viajes como remiss a la capital, averiguara los requisitos en la Policía Federal.

A la tarde del lunes el Pelado trajo la lista. Al rato, cuando llegó el Negro le pidieron el DNI, y cuan grande fue la sorpresa cuando al abrir el documento, descubrieron que el Negro Juan se llamaba en realidad  José Zopaipilla. Otra más para acumular en el ya muy problemático legajo del Negro, tampoco se llamaba Juan. Dios mío, cuantas contradicciones.

De inmediato comenzó la discusión en cuanto al origen del apellido Zopaipilla. Algunos quisieron emparentarlo con un Intendente de Quines, a quien le decían El Sopa, pero la zeta los desconcertaba, al final todos quedaron mas conforme cuando luego de largas deliberaciones, comprendieron que podría ser de origen Griego, por Zorba  el Griego.

Al profundizar en el documento, se pudo observar que el Negro había nacido en Rosario. Entonces haciendo un repaso de su vida,  contó que siendo muy chico había llegado a la zona con su abuela, que nunca conoció a sus padres, y que tampoco se preocupó en hacerlo, puesto que ellos no se preocuparon jamás por el.

De todos modos como el Negro no poseía una copia de su partida de nacimiento, y el chofer de la ambulancia de traslado de la pompa fúnebre tenia que viajar a esa ciudad el martes, se encargaría de solicitar una copia del documento en el Registro Civil, en donde, por su trabajo, contaba con algunos conocidos que podrían facilitarle el tramite.

Sebastián, El Enterrador, cual era su apodo, como estaba previsto viajó el martes a Rosario, consiguió el  Acta de Nacimiento del Negro, pero hizo algo mas, se propuso averiguar el paradero de sus padres o cualquier dato que pudiera aclarar el pasado del pobre.

Cuando el viernes por la noche se reunieron en el Club de Bochas, sin la presencia del negro, ya que este no concurría los días hábiles, se prepararon para  escuchar las averiguaciones realizadas por Sebastián.

Allí pudo conocerse que el negro había nacido en un Geriátrico muy importante del Boulevard Oroño de Rosario, y, o sorpresa, su madre era su abuela. Cuando la noticia fue esparcida en el recinto, se hizo un silencio sepulcral, la noticia había caído como una bomba, que vieja degenerada. Resulta que la abuela del Negro trabajaba como prostituta en dicho Instituto, hasta que un día quedo embarazada. Allí la atendieron y la ayudaron en la crianza de Juan, ya que todos se adjudicaban la paternidad, pero al poco tiempo, la llegada del hijo, ocasionó que la dejaran sin trabajo.

Esto explicaba las rarezas y los enigmas que rodeaban la vida del Negro. Era hijo de su abuela.La vieja le había contado que sus padres no conseguían trabajo, y que un día, cuando el era muy chiquito, decidieron viajar a otros países a probar suerte y fortuna, que durante un tiempo recibió cartas de su hija, las que se fueron distanciando hasta que nunca mas tuvo noticias de ella. Dicen que los hijos de parientes muy cercanos, primos, tío y sobrina, etc., hace que nazcan hijos con problemas, e indudablemente este era el caso del Negro Juan, quien ni siquiera era negro, porque su piel era blanca, mas bien tirando a rojiza, como la de un gringo, y su cabello de un rubio claro. Pero bueno esto lo aclaraba todo, e incluso me deja mas tranquilo, porque ya encontré el origen de tanto descalabro.

Para el sábado ya se contaba con todo lo necesario y uno de los muchachos acompañaría al Negro a Córdoba a tramitar el Pasaporte, lo único que faltaba era la foto, pero alguien recordó que en la misma Seccional de la Policía se la sacaban.

En una semana todo estaba listo, solo tenían que esperar el documento y luego fijar la fecha para el viaje.

Se le informo al cura que ya tenían todo listo y en unos días el Arzobispado de Buenos Aires, informó que la fecha del viaje seria los primeros días del mes de junio, para que el Negro llegara a Europa a tiempo para presenciar el mundial.

A partir de ese momento se sucedieron una serie interminables de fiestas de despedida del ilustre amigo, que viajaría a Rusia, previo paso por el Vaticano. Empanadas, lechones, chivos, quirquinchos, liebres criollas, vizcachas, conejos, hasta un guiso de palomas turcas comió el Negro en uno de los agasajos que en su honor se efectuaron.

Y el día llegó. Un joven sacerdote que hablaba con raro acento, llegó  para acompañar al Negro y guiarlo en su viaje. La despedida de su madre fue por demás emotiva. El Negro no tenía mujer, pero la supo tener. Vivió algún tiempo con la  gringa Funes, hasta que un día, para el cumpleaños del dueño del aserradero, entró a su dormitorio y se encontró a la gringa durmiendo con el Jefe del Plan Social en que ella trabajaba. Les propinó una soberana paliza a los dos y la corrió de su lado, permaneciendo desde ese momento sin compañera humana, y digo esto, porque el Negro adquirió una oveja, y cuentan las malas lenguas que duerme con él.

Una noche de viento muy fuerte, partieron en colectivo hacia Buenos Aires, en donde tomarían el vuelo que los llevaría a Europa.

La ansiedad dominaba al pobre Negro. Subieron al avión, y , increíble pero cierto, en el mismo vuelo viajaba una delegación de autoridades del Club Social Deportivo Industrial y Financiero El Pejerrey, de las riberas del Dique Lujan, lugar a donde el Negro solía ir a pescar, con quienes se saludó con un fuerte abrazo, como si hubiera visto a Dios. Ahora todos se sentían acompañados, que es una sensación muy extraña y agradable que se disfruta cuando se reconoce a alguna persona, mas en  situaciones como la que estaban viviendo  viajando hacia otro continente.

Eran cinco, que luego de rifas y suertudas jugadas de Quiniela, habían logrado juntar el dinero para el pasaje, y se dirigían a Europa, con la finalidad de comprar algunos jugadores venidos a menos en el Viejo Mundo, a muy bajo precio, pero cuya inestimable habilidad haría brillar al Club en el próximo campeonato de las Ligas.

El largo viaje de más de diez horas pasó muy rápido, por la compañía bullanguera que proporcionaban los Lujaneros. Comieron todo lo que pudieron cansando a las azafatas, que se negaban a proporcionarles bebidas con alcohol, y cuando terminaron con el último alfajor de la reserva del avión, se les pidió que se ajustaran los cinturones, porque se disponían a aterrizar en el Aeropuerto de Fiumicino, en Roma, Italia.

En realidad, el viaje había sido de lo mas confortable y se paso muy rápido, tal vez por las macanas que hacían los muchachos de Lujan, y alguna película que les pasaron durante el viaje. Porque el curita se la pasó leyendo un gran libro, que presumiblemente sería de Historia Antigua y Medieval.

Luego de retirado el equipaje, para ahorrar dinero tomaron un solo taxi, que los llevó a un hotel, en donde se alojaría el Negro y que aprovecharían los demás viajeros, ya que el cura les dijo que era barato y confortable, y de paso quedaba cerca de la Ciudad del Vaticano.

Esa noche, por sugerencia del curita, fueron a cenar a un restaurante en donde se podía comer un buen plato de Puchero a la Española.

El restaurante, era en realidad un bodegón antiguo, bajo el nivel de la calle, pero muy confortable y limpio.

Luego de unos quince minutos, el mozo depositó en una pequeña mesa contigua a la que ocupaban, una gran olla con tapa de manija de madera, repleta de una especie de guiso de fideos, con pedazos de zapallo, papas, zanahoria, trozos de hueso de chancho con un poco de carne adherida, chorizos, morcilla, chorizos colorados, panceta, porotos, maíz etc., etc., etc.

Comieron como si fuera la última cena. El Negro se comió cuatro platos de la sustanciosa poción y de postre un flan de doce huevos, que el dueño le regaló en recompensa por el modo como había apreciado su comida, y lo anotó en el libro de los record del restaurante, en donde colgarían una foto que sacaron al grupo, en la que el cura no apareció, ya que luego de excusarse, regreso al hotel a descansar.

Al día siguiente, el curita lo despertó temprano y bajaron a desayunar antes de dirigirse al Vaticano. Nuestro amigo muchas veces vio en la televisión que en algunos países desayunaban cosas que, para el, se debían degustar en el almuerzo o la cena, y que aquí también le ofrecían en esta oportunidad. Aprovechó la volada y pidió cuatro huevos fritos, con jamón también frito, y pan tostado para que no fuera tan pesado. Devoró rápidamente el desayuno y luego de tomar una gran taza de café, se dirigieron caminando a su destino.

Luego de dos cuadras, tomaron por la Calle de la Porta Angélica, desde donde pudo ver, a unas cinco cuadras, la parte de atrás de las galerías que en forma de semicírculo rodean la Plaza de San Pedro.

A medida que caminaban el cura le explicaba que edificios se encontraban a su derecha, ya que a la izquierda era Italia, y a la derecha el Estado de la Ciudad del Vaticano. Pasaron frente al correo, al que le seguía el lateral del Palacio Apostólico, y detrás de éste, y al costado derecho de la Basílica de San Pedro, la Capilla Sixtina, que luego visitarían y allí podría apreciar las pinturas de Miguel Angel,  luego rodearon la gran galería y ante sus ojos asombrados apareció la Plaza de San Pedro. Era inmensa, como dos manzanas de terreno embaldosado, y al centro la pirámide que señalaba el lugar en que fue muerto el Apóstol Pedro colgado boca abajo, pero al mirar hacia delante se sintió conmovido, estaba ante su vista la Basílica de San Pedro. ¡Que altura tenían todos los edificios!,¿ para que los hicieron tan altos?, cuanto material se utilizo en su construcción. Pero no tuvo mucho tiempo para seguir con sus pensamientos, el curita, señalando las estatuas que adornan el techo de la gran galería, le nombraba los santos a los que pertenecian estas pétreas imágenes.

La Plaza estaba llena de personas que seguramente como él, visitaban por primera vez el lugar, y tomaban fotos, leían folletos y hablaban en diversos idiomas.

Pronto se encontraron en la puerta principal de la Basílica, donde fueron escaneados, según palabras traducidas por el curita, en busca de armas o cualquier otro objeto que pudiera utilizarse para dañar a cosas o personas. Entraron por la nave principal y se dirigieron hacia el altar mayor. El Negro no salía de su asombro. El techo se encontraba como a unos veinte metros de altura y estaba sostenido por inmensas columnas, que necesitarían de doce personas por lo menos para abrazarlas.

Mientras el Negro recorría el lugar, el curita desapareció por un pasillo, regresando en poco tiempo con un maletín de color negro. Buscó a Juan y se dirigieron nuevamente al Hotel, debían apresurarse porque el vuelo salía esa tarde.

Y aquí termina el relato, mediante un mensaje de texto, nos fue informado que llegaron sin inconvenientes al aeropuerto de Sheremetyevo, de Moscú, y que ya se encuentran alojados en la Catedral de la Inmaculada Concepción, siendo ésta la iglesia más grande de Rusia.

Veremos si a su regreso nos relata alguna historia digna de otro relato.

 

 

 

TITO MUÑOZ

 

 

 

 

 

BALADA DESDE VILLA DOLORES

BALADA DESDE VILLA DOLORES
Drama de la vida
Buceaba por Internet, cuando un título llamó mi atención: “Balada desde Villa Dolores”. Recordemos que una balada, es una forma de contar una historia, una leyenda o relatos épicos, cuentos de amor o de miedo, acompañados por una música suave, melancólica y quizás hasta un poco triste. Me desorientó un poco el título y en verdad no sabía si se trataba de Villa Dolores, mi ciudad. Puse play y me senté a escucharla. La música, se correspondía con canciones de estilo fúnebre, muy utilizadas en los sepelios de gente de color ligados a la música, en la zona de Alabama y otras ciudades cercanas al Rio Misisipi, de pronto una voz dulce y suave, comienza a relatar la historia de su propia vida, una historia muy triste que comienza en Villa Dolores de Córdoba.
Como tenía la dirección de mail de la responsable de subirla, decidí escribirle, y aclaro que deduje que se trataba de una mujer, justamente por su mail.
Pasaron algunos días, quise escuchar nuevamente la balada, pero la misma había sido borrada o bloqueada, pero al regresar al archivo de mensajes, comprobé que me había contestado. Estaba en línea y chateamos un largo rato. Nuevamente me relató su historia y me autorizó a publicarla omitiendo su nombre.
A continuación, transcribo el mail enviado por: “María”, la bautizo con este nombre para facilitar el relato.
“Yo nací en el año 1940, el lugar en la ciudad no lo sé, regresé en varias oportunidades a Villa Dolores, pero no pude encontrar indicios de la casa en la que viví. Recuerdo que era una vivienda grande, dividida en dos, en una parte vivían mis abuelos y al lado nosotros. La casa tenía una galería grande, había muchas plantas, un parral cubría la mitad del patio, y al medio de éste, un aljibe de donde sacábamos el agua fresquita, con un balde que jalábamos con una cadena. Yo iba a una escuela, ahora no recuerdo el nombre, pero cerca de ella había una fábrica de cal. Recuerdo que mi padre siempre me recomendaba no acercarme a ese lugar, pero a mi me gustaba mirar como bajaban y subían por rieles unas chatas de hierro, cargadas con cal, también me gustaba ver cuando descargaban piedras o prendían grandes fuegos, y veía salir el humo y a veces también las llamas por una enorme chimenea.
Los recuerdos de mi infancia son muy lindos, jugaba la mayor parte del día, hasta cuando buscaba ramas para calentar el horno de barro, en donde mi madre hacía el pan, y a veces también cocinaba, todo formaba parte de algún juego. Éramos pobres pero yo no lo sabía, nunca me faltó nada.
Mi padre trabajaba con mi abuelo en una bodega, que estaba ubicada en la Avenida San Martin, casi en la vereda del frente del Hotel Sierras Grandes. Yo recuerdo algunos nombres, como Salagre y Contursi, pero no se quienes eran, posiblemente compañeros de trabajo de mi abuelo.
Cuando yo tenía siete años, falleció mi abuelo. Fueron momentos muy tristes, pocos meses después también se fue mi abuela, no pudo resistir la pérdida de su compañero. Jamás olvidaré esas negras carrozas tiradas por caballos, manejadas por hombres de trajes y sombreros de copa alta también negro, con guantes blancos. Las flores colgando de los costados, recuerdo que los negocios cerraban sus puertas al paso de la caravana o acompañamiento, los hombres se sacaban sus sombreros, algo muy usado en esos tiempos, y el final, esos huecos tan profundos en el suelo, adonde los bajaron con largas cuerdas, y luego el ruido de la tierra golpeando sobre esas negras cajas de madera. Fueron imágenes que nunca olvidé.
Poco tiempo después, el dueño de la empresa despidió a mi padre, diciendo que el que conocía el trabajo era mi abuelo. Le dio mucho dinero y también compró la casa y le sugirió a mi papá, viajar a Buenos Aires, y le dio la dirección de un amigo que tenía una fábrica y le daría trabajo.
Yo nunca había visto tanto dinero junto. Lo contaron con mi madre y mi hermano mayor, y luego lo colocaron en un maletín de cuero al que le pusieron llave.
Recuerdo el día que nos fuimos, en el auto negro, que fue de mi abuelo, mis tres hermanos en el asiento de atrás, mi padre manejaba y yo al lado de mi madre embarazada y gorda, con su panza enorme, apenas cabíamos los tres. El hermano de mi madre, que tenía un camión, llevaba todas nuestras cosas. Él nos guiaba, marchaba adelante. Mi padre nunca había salido de Villa Dolores.
El día que nos fuimos, tuve muchos sentimientos encontrados, la tristeza de despedirme de mi amiga Florencia, quien se quedó mirando como el auto se alejaba, y la ansiedad y la alegría de mi primer viaje, la aventura de ir hacia un mundo de fantasías. A esa edad no comprendía la dimensión del momento que vivíamos, viajábamos cantando, riendo, haciendo chistes. Nada hacia prever el drama que se avecinaba.
Luego de muchas horas de viaje, dos noches mal dormidas dentro del auto, mi madre con dolores cada vez más fuertes, muchas paradas, pero al fin llegamos a la dirección indicada. Habíamos almorzado en un comedor en donde paraban los camioneros, un plato de guiso o sopa muy espesa, con mucho puchero. No recuerdo al nombre del barrio, pero creo que era en Avellaneda. Mi tío estacionó el camión frente a una vivienda, y mi padre detuvo el auto sobre la vereda.
Bajamos del auto corriendo, mirando hacia todos lados, como tratando de memorizar el lugar en el que estábamos. Mi padre abrió la puerta, asegurada con una cadena y alambre, del terreno que había delante de la casa, el cual no tenía ninguna planta, y nos dirigimos hacia la casa. La vivienda era amplia, con grandes ambientes, pero me llamó la atención la altura del techo, lo comparaba con el de mi casa de Villa Dolores, y éste tenia la mitad de altura. Algunos faroles a Kerosén colgaban del mismo, y quedaban a una altura que hasta yo que era la mas pequeña podía prenderlos.
Mi Tío fue a buscar gente para que nos ayudara a descargar el camión, y pronto regresó con algunos hombres que de inmediato se pusieron a trabajar.
En poco tiempo la casa quedó armada. Hacía mucho calor y no teníamos árboles que nos protegieran, por lo que mi mamá se las ingenió para hacer unas cortinas con sábanas, y nos acostamos a dormir la siesta. Por fin una cama. La casa y el lugar no me agradaban demasiado, pero me sentía contenta.
Por supuesto que la ansiedad no me permitió dormir, y pronto me levanté y comencé a buscar mis juguetes.
Pronto mis padres también se levantaron, y mi madre preparó el mate y se sentaron a conversar:
-Tenemos que salir a hacer algunas compras- decía mi papá- mañana es Noche Buena y quiero esperar la Navidad como nunca lo hemos hecho, quiero que pasemos una noche inolvidable en familia, ¿porqué no traes el maletín así sacamos un poco de dinero?
-Pero yo no sé adonde está, creía que vos lo habías bajado del auto.
Mi padre se levantó de un salto, con gesto de preocupación en su rostro. Despertaron a mis hermanos y entre todos revisamos toda la casa, luego fueron corriendo hasta el auto, pero nada encontraron. Mi madre lloraba y decía, esperemos a que vuelva mi hermano, seguramente quedó en algún lugar del camión.
-No puede ser, si lo pusimos en el auto, ¿quién recuerda haberlo bajado? – preguntó mirando a mis hermanos.
Ninguno recordaba haberlo visto.
-Nos robaron gritaba Papá- mientras recorría la casa de un lado a otro, y revisaba una y otra vez todos los muebles, colchones, la ropa y todo lo poco que teníamos.
Mis padres estaban desesperados, mi madre lloraba abrazada a mi padre, yo y mis hermanos mirábamos desconcertados, mientras nos preguntábamos: ¿y ahora que pasará?
En eso mi hermano mayor, tomó el revólver de mi padre, lo colocó dentro de una bolsa y les dijo:
-Tranquilos, yo se adonde viven los que nos ayudaron a descargar las cosas, yo voy a recuperar el dinero- y decidido salió de la casa.
Esa fue la última vez que vi a mi hermano, jamás regresó y nunca supimos de él. Muchas veces me pregunté si en el bolso que se llevó no estaba el dinero, pero traté de desechar esa idea, no podía creer que mi hermano nos hiciera algo así.
Esa noche mi madre, que se sentía muy mal, preparó la carne que había traído, seca en sal, y comimos en silencio. Cosa extraña, no nos atrevíamos a salir de la casa, como si nosotros fuéramos los delincuentes.
Al día siguiente, juntamos el poco dinero que teníamos, yo vacié mi alcancía, y mis hermanos fueron a comprar un poco de fideo y pan. También trajeron algunas verduras que en el negocio habían desechado, y pudimos almorzar. Esa noche mis padres habían tomado una decisión, creo que era lo único que podíamos hacer, pedirle a mi Tío que nos remolcara con el camión, y regresar a Villa Dolores.
La casa estaba en silencio, todos hablábamos en tono muy bajo, como si temiésemos despertar a alguien.
Y llegó la Noche Buena, hacía mucho calor y teníamos todas las ventanas abiertas, tomamos un poco de sopa, repartimos el pan entre todos y nos quedamos llorando en silencio, mirando por la ventana como la gente festejaba la llegada de la navidad, se escuchaba música, algunas explosiones de pirotecnia, se veían cañitas voladoras y personas bailando, riendo y cantando a viva voz. Fue la navidad más triste de mi vida, nunca olvidé esa noche. Temprano se acabó el kerosén de la lámpara y nos fuimos a dormir, al día siguiente volvería mi Tío y regresaríamos a Villa Dolores.
De más está decir que fue muy difícil conciliar el sueño.
A la madrugada, nos despertaron gritos y la luz de un fuego muy intenso. Saltamos de la cama y nos dirigimos hacia la puerta de la casa, y allí lo vimos, el auto ardía por los cuatro costados, alguien mencionó a una cañita voladora. Todos los vecinos colaboraban con baldes con agua tratando de apagar el incendio. Pero todo fue en vano. Miré a mi padre que estaba como petrificado, con las manos sobre su cabeza, y de pronto cayó como fulminado. Alguien llamó a un enfermero que vivía cerca. El hombre vino, lo revisó y dijo que estaba muerto, que podría ser un infarto o un derrame cerebral. Mi madre se desmayó y cayó al suelo violentamente. Una vecina observó que sangraba abundantemente. La cargaron en un auto, una señora me tomó del brazo y me subió al auto con ella, y partimos hacia el hospital.
Mi madre perdió el bebé, y debía permanecer varios días internada, había perdido mucha sangre. La Doctora que la atendía, me vio y decidió llevarme a su casa, le pidió autorización a mi madre y me llevó. Yo estaba muy asustada, habían pasado muchas cosas malas en muy poco tiempo. Cuando le conté a la Doctora que mi padre había fallecido, me llevó hasta la dirección que mi madre le dio. Cuando llegamos estaba el camión de mi Tío en la puerta de la casa, habían cargado todas las cosas, y ocultado el cadáver de mi padre entre los muebles, para poder transportarlo hasta Villa Dolores sin que lo detecten en algún control. Mi Tío, le pidió a la Doctora que cuidara de mí, ya que no había lugar para llevarme en el camión. La señora aceptó de buena gana y me llevó a su casa.
Ella vivía con su hermana, una señora mayor, que pronto se encariñó conmigo, y me llevaba todos los días a ver a mi madre al hospital.
Una mañana, llegamos, y no encontramos a mi mamá, dijeron que se había ido con un hombre que trabajaba en ese lugar, que el día que se fue se la veía muy contenta y que había dejado un recado para mí, que me dijeran que pronto regresaría a buscarme, pero eso nunca ocurrió.
Estas mujeres me criaron, me enviaron a la escuela y con los años me recibí de médica. Elena, mi segunda mamá, como yo la consideraba, me llevó a trabajar con ella, hasta que nos fuimos a vivir a Montreal, lugar en donde me encuentro.
Ellas ya no están, yo vivo con una hija adoptiva, hermosa mujer que me acompaña y me cuida. Se que ya no volveré a Villa Dolores, que todos mis recuerdos son como sueños lejanos, algunas veces la nostalgia me alcanza y lloro, lloro mucho, trato de recordar rostros que el tiempo se encargó de borrar, y escribo o, mejor dicho, escribí mi historia con el ánimo de retenerla, sufrí mucho, algunos tramos de mi vida fueron desgarradores, pero también fui muy feliz, ayudé a mucha gente y poseo amigos que me ayudan en este último tramo de mi vida. Quiero decirle que me alegro mucho de haberlo encontrado, mejor dicho, que me haya encontrado y que desee escribir esta historia, sé que es una ilusión, pero siento que, a lo mejor Florencia, mi amiga de la infancia, pueda leerla y recordarme, no sé, posiblemente Usted lo vea como una quimera, porque yo nunca me enteraría, aun así, por favor publíquela y envíeme una copia por este medio.
TITO MUÑOZ

TINKUNAKO

TINKUNAKO
Costumbres Argentinas
La Rioja
Muchas veces visitamos ciudades o lugares con la intención de conocer, disfrutando de un paseo o vacaciones, y luego decimos: “yo conozco tal o cual lugar”, pero en verdad solamente cuando compartimos la vida de sus habitantes, usos y costumbres y podemos conocer un poco de sus vidas, solamente entonces siento que podemos decir, “yo conozco ese lugar”.
Yo fui empleado de Banco durante muchos años, y a medida que pasó el tiempo, me trasladaron a distintos lugares para cubrir puestos de mayor jerarquía. Uno de ellos y el último, fue la ciudad de la Rioja, en donde viví durante ocho meses, en un continuo desfilar de asombros y sorpresas, pero solo voy a relatar algunas que me parecieron muy interesantes.
Llegué a la Ciudad de la Rioja, un día domingo por la tarde, creo que, en el mes de agosto, y, primera sorpresa, me habían reservado alojamiento en el mejor hotel de la ciudad, en ese tiempo, el Hotel Plaza, frente a la Plaza 25 de Mayo, a media cuadra de la Catedral y de la Casa de Gobierno. Luego de acomodarme y ubicar el automóvil en una cochera, salí a caminar para conocer un poco la ciudad y ubicar el edificio en donde trabajaría.
A la mañana siguiente, muy temprano me despertó el teléfono, acorde a las instrucciones dejadas en conserjería. Disfruté de un largo baño con agua bien caliente, tratando de relajarme y disminuir el stress que me producía el primer día de trabajo, teniendo en cuenta de que no conocía a nadie en La Rioja. Luego descendí al salón a tomar el desayuno, y cuando me encontraba disfrutando del mismo, segunda sorpresa, comenzaron a llegar hombres vestidos con trajes oscuros, que se ubicaron en posiciones estratégicas, acompañando y protegiendo a dos personajes. Miré con curiosidad y vi que uno de ellos, de tamaño pequeño y muy perfumado, era Carlos Menem, el Presidente de la Nación, quién ocupó una mesa cercana a la mía. Luego apareció María Julia Alsogaray, vestida con un coqueto traje verde claro y zapatos del mismo color, quien se ubicó en la misma mesa para desayunar.
Me di cuenta de que no podía seguir mirándolos, porque llamaba la atención de la custodia.
Rápidamente terminé mi desayuno, tomé una media luna, y me fui caminando hacia el edificio de la Caja Nacional de Ahorro y Seguro.
Luego de presentarme y mostrar credenciales, el personal policial de custodia me permitió el ingreso, y comencé a conocer a los empleados y al moderno edificio en donde trabajaría. Tercera sorpresa, dos plantas muy modernas, con paredes vidriadas y un potente equipo de aire acondicionado. Decidí ubicarme en una oficina de planta baja, desde donde podía ver al personal, al público y a la habitación en donde se encontraba el Tesoro. La verdad es que me sentí muy cómodo, a pesar de que, por algunos días, me sentiría observado por el personal, pero sabía que muy pronto su curiosidad se agotaría.
Luego de tres meses viviendo en el Hotel y recorriendo restaurantes y cafeterías, mi familia pudo trasladarse a La Rioja. Durante esos meses que estuve solo, me dediqué a modificar y restaurar la enorme casa que habitaríamos, cuarta sorpresa.
Era una vivienda de más de cien años, con cuatro enormes dormitorios, placares, y equipos de aire acondicionado por todos lados. Una enorme y larga galería, con una de las paredes totalmente vidriada (puertas ventana de gran tamaño), garaje, quincho, y el patio ocupado por una enorme pileta de natación.
El terreno que ocupaba la vivienda y patio superaba los ochenta metros de largo y unos quince de ancho.
La llegada de mi familia coincidió con el inicio de altas temperaturas, por lo que comprendí la razón de la pilera y el número de acondicionadores de la vivienda, en la cual llamativamente, para mí, no había estufas ni calefactores.
Pronto tuve que adquirir reposeras, que nos permitieran ver televisión en un patio interno, y dormir en ellas si la circunstancia lo requería.
Una tarde llegué de trabajar, ya anochecía, y mientras consumía mi almuerzo-cena, los chicos me contaron que en la casa había fantasmas. Mi sorpresa fue completa, cuando mi señora comentó que ella también los había visto. Quinta sorpresa, aunque yo no tuve la suerte de poder verlos, me tranquilizó la actitud de mi familia, quienes no demostraban temor ni intranquilidad. Me contaron que una mujer alta, vestida de un largo traje color blanco, deambulaba por la casa sin que algún obstáculo le impida desplazarse, pasaba a través de las paredes y desaparecía, también un perro que parecía de raza ovejero, hacia lo mismo. Esto me preocupó bastante, pero luego me fui acostumbrando a escuchar a mis hijos hablar de ellos. Les sugerí no comentar a otras personas lo que ocurría, y pronto no se habló más del asunto, aunque yo siempre miraba hacia todos lados tratando de ver a los intrusos, a veces pensaba que los intrusos éramos nosotros.
La vida continuó con la rutina que la vida en La Rioja nos permitía, y yo creía que ya no tendría más sorpresas.
Destaco un hecho curioso, algunas tardes escuchábamos el estruendo de juegos artificiales, sin que a nuestro criterio hubiera alguna celebración que lo justificara. Preguntando a los vecinos, nos contaron que era costumbre en los barrios, que alguien invitara a su casa a un santo que se encontraba en alguna vivienda cercana o a veces en otro barrio, la invitación era aceptada, y el dueño de la imagen, acompañado por familiares y vecinos, en una fecha estipulada de antemano, concurrían en procesión, hasta la casa del anfitrión, quien preparaba largas mesas con sus respectivas sillas, para brindar un banquete a los invitados. Estas fiestas se extendían, a veces, hasta la madrugada del día siguiente. Un compañero de trabajo, en son de broma, me dijo un día, que los semáforos de la ciudad se colocaron para ordenar el paso de las procesiones.
Luego llegó el quince de diciembre, y a las doce horas, vivimos una extraña experiencia, un estruendo fabuloso de continuas explosiones de diversa magnitud, cubrieron la ciudad. El cielo se cubrió de humo y pájaros que volaban espantados. Yo estaba trabajando y pregunté a una empleada que estaba ocurriendo, y me informó que se anunciaba el inicio de la Novena del Niño Dios.
Mi señora había salido a la calle, y los vecinos le informaron que era una tradición riojana, y que, a partir de ese día, también comenzaba el concurso de pesebres vivientes. Esto además de muy curioso, era muy lindo de ver, en cada cuadra de la ciudad, en un garaje, porche, galería o construcción de la casa que lo permitiera, se construía un pesebre, y los miembros de la familia junto a vecinos y parientes, personificaban a los personajes bíblicos, por lo que todas las noches recorríamos las calles de la ciudad mirando los diversos trabajos. Esta fue la sexta sorpresa.
A medida que se aproximaba el final del año, comenzamos a escuchar hablar del Tinkunako. En realidad, nos dijeron que el verdadero nombre es Tinkunaku, y que significa en el idioma Diaguita, el encuentro de Dios con el pueblo, pero que se resume en la Fiesta del Encuentro.
Tuvimos la oportunidad y la suerte, de observar y compartir esta curiosa y emotiva ceremonia y celebración.
Pero veamos un poco su historia, la que me fue relatada por distintos habitantes de la ciudad, algunos participantes de la ceremonia, y que escribí en una libretita, que hoy leo y a lo que puedo agregar mi experiencia y sensaciones vividas.
En el año 1593, los Diaguitas, primitivos habitantes del territorio, se levantan en armas contra el mal trato que ejercían con ellos, los españoles conquistadores de la Rioja. Se unen todas las tribus, se dice que eran cuarenta y cinco, juntan entre nueve mil y veinte mil hombres y atacan y rodean la ciudad. Don Ramiro de Velasco, fundador de la Rioja, viendo que sus armas eran insuficientes para contener a los atacantes, solicita la intervención y ayuda de Francisco Solano, monje jesuita que con su violín, crucifijo y breviario logra restablecer la calma. Pero al decir de un riojano, los Diaguitas no se chupaban el dedo, y no creían demasiado en ese Dios que no podían ver, pero que les decían, era el dueño de sus vidas y premiaba o castigaba sus acciones. Luego, el jesuita, encuentra una imagen a la que viste y acondiciona para que tome la apariencia de un Diaguita, y se las presenta diciendo que en realidad quien manda en la ciudad es este, el Niño Alcalde, quien en realidad es el Niño Dios. Aquí conviene aclarar que la imagen no se parece en absoluto al niño Dios que conocemos y se muestra en los pesebres, esta imagen es la de un niño de una edad aproximada a los ocho o diez años, vestido como un Diaguita y con una llamativa cabellera que cae sobre su espalda.
Los jesuitas, conformes con una cofradía de indígenas convertidos que adoraran a San Nicolás de Bari, patrono de la ciudad, confieren al cacique más devoto y respetado por las otras tribus, la investidura de un rey Inca, y le asignan de inmediato el gobierno de todas las tribus convertidas. Luego, convencidos que no era suficiente y que debían hacer algo para mantener la paz y el sometimiento de los indígenas, combinaron los elementos Diaguitas y el culto católico y crearon esta ceremonia, el Tinkunako. La Liturgia se conformaba con una cofradía de indígenas devotos a San Nicolás y el Niño Dios vestido de Alcalde. Doce ancianos llamados “Cófrades” formaban el consejo del Niño, similar al colegio de los sacerdotes que asistían a los reyes del Perú, mientras que la figura de los “Aillís”, representaba a la clase popular que, reconociendo la autoridad del “Inca”, le rendía culto al Niño Dios vestido de Alcalde del Mundo. Los caciques de cada tribu, recibieron el nombre de Alféreces o Caballeros de la Orden, una especie de guardia montada que obedecía al gobierno local. De este modo unían el pensamiento religioso y político, sentando las bases de un gobierno católico.
La celebración del Tinkunako, se inicia el 31 de diciembre al mediodía, con la salida de la procesión que transporta la imagen de San Nicolás de Bari desde la Catedral, mientras que de la Iglesia de San Francisco, un grupo de hombres trae la imagen del Niño Dios vestido de Alcalde, quien lleva en su mano derecha un bastón de mando, como el que usaban los alcaldes en la época colonial. La comitiva del “Niño”, va presidida por el “Inca” y dos “Cófrades”, detrás de ellos llegan los “Aillís”, vestidos de indígenas, aunque llamó mi atención la vincha con un espejo en la frente, único elemento que los distinguía uniformemente, ya que la ropa difería, igual que el calzado. (Intrigado por el significado del espejo en la frente, pregunté a una persona que por su vestimenta se distinguía del resto de la gente, y me explicó que es para que el que se dirija a cualquier “Aillis”, pueda ver su rostro reflejado en el espejo y modificar su actitud si es agresiva o evitar decir alguna mentira).
Las dos procesiones se dirigen hacia un mismo lugar, la Casa de Gobierno. La del santo en silencio, rodeada de Alféreces que portan una lanza con banderas atadas en forma de globos, en señal de aceptación de la autoridad del Niño Dios, y la del niño batiendo las “cajas” y entonando cantos en Quechua.
Al llegar frente a la Casa de Gobierno, las dos procesiones se detienen, y todos los participantes y asistentes a la ceremonia, se arrodillan tres veces ante el Niño Dios Alcalde, al tiempo que los “Aillis”, entonan cantos en quichua y en castellano, luego todos los asistentes se abrazan con la persona que tienen a su lado, en algunos casos se producen reconciliaciones impensables en otra circunstancia, mientras el Niño Alcalde ingresa a la Catedral, seguido por la imagen del santo, en donde permanecerá durante 3 días. El día 3 de enero, el Santo acompaña al Niño Dios hasta la iglesia de San Francisco, regresando luego a la Catedral, su lugar habitual.

TITO MUÑOZ

LA TRATA

LA TRATA
Drama
Gerardo salía del aeropuerto cuando fue interceptado por un hombre vestido con traje negro:
-¿Gerardo Molinari?
-Si- respondió sorprendido.
-¿Puede venir con nosotros?, nuestro patrón desea hablar con Usted, seguramente para contratarlo.
Gerardo no era hombre de sorprenderse, pero en ésta oportunidad lo habían logrado. El acababa de regresar de un país europeo, en donde se había especializado en la custodia de personas, alcanzando el más alto nivel de entrenamiento.
-Se que seguramente ustedes no saben nada, ¿pero como me conocen, y como sabían que hoy regresaba a la argentina?
-Estás en lo cierto, no sabemos nada, pero puedes tutearnos, es muy posible que el patrón te contrate, nunca hace nada sin tener todo previsto.
Gerardo se acomodó en el asiento del automóvil, y no volvió a hablar en el resto del viaje, tiempo que aprovechó para mirar la ciudad de Buenos Aires por la ventanilla, y tratar de ubicar hacia donde lo llevaban. Luego de algunas vueltas, llegaron hasta una enorme mansión, rodeada de muros, cámaras de vigilancia y mucho personal armado. Esperó en el vehículo hasta que lo invitaron a ingresar a la vivienda, en donde fue recibido por un hombre de cabello cano, elegantemente vestido, que lo invitó a sentarse mientras él hacía lo mismo.
-¿Seguramente está un poco intrigado de por qué está aquí?
-Así es- respondió escuetamente Gerardo.
-Tengo contactos en todo el mundo, y me recomendaron sus servicios, usted recién llega al país y seguramente no tiene trabajo aún.
-Es verdad, no tuve tiempo de salir a buscar.
-Bien, yo necesito a gente bien entrenada, que guarde silencio y no comente lo que vea, que sepa trabajar en equipo con el personal que custodia esta casa y a mi familia, el sueldo no es problema, el problema es la responsabilidad y la eficacia en el desarrollo de la tarea, por supuesto que hablo de su problema.
-Yo no tengo trabajo todavía, fui entrenado para lo que Usted necesita, y creo reunir las condiciones.
-Debo tomar su respuesta como un sí.
-Si señor, cuando empiezo.
-Ahora mismo, Esteban le mostrará el lugar de alojamiento, salvo que tenga familia u otro lugar para alojarse en Buenos Aires.
-Me viene muy bien, si tengo familia, pero en una provincia un poco lejos de aquí- Gerardo no creyó conveniente mencionar que el era de Villa Dolores, lugar en donde residía su familia.
-Perfecto, manos a la obra entonces, el Jefe de seguridad es Oscar, fue compañero suyo en Israel.
Al oír el nombre de Oscar, Gerardo se sintió mas tranquilo, al menos tendría un amigo, un apoyo desde el inicio, además, Oscar era un tipo confiable y muy bien entrenado.
Esteban lo llevó hasta un pequeño departamento, el cual contaba con todas las comodidades, hasta una heladera colmada de alimentos, un enorme televisor y una cama muy cómoda, en un rincón había un anafe y en la alacena lo indispensable para preparar un té o un café.
-El desayuno y las comidas se sirven a horario en el comedor, si no puede concurrir porque está trabajando, el mismo permanece abierto durante las veinticuatro horas, ahora le indico donde queda, el armamento que debe utilizar, al igual que el chaleco de Kevlar, están dentro del armario.
Así comenzó el trabajo de Gerardo, vigilando los posibles accesos a las viviendas, y acompañando al dueño, ya que le fue asignada su custodia, trabajo que realizaba junto con Oscar y que les ocupaba la mayor parte del día, pero a su vez les permitía hablar mientras esperaban a Don Coyo, como todos le llamaban. Oscar le fue enseñando las mañas, el trato y los cuidados que debía guardar para no tener problemas. Entre esos cuidados, el más importante, era el de no mirar a la hija, una niña de trece años, muy desarrollada, aparentaba mas edad de la que tenía y el padre la adoraba, también tenía dos hijos varones, pero la atención estaba centrada en su hija, Flavia era su nombre, quién tenía custodia especial de personal femenino. Gerardo en algunas oportunidades, acompañó al personal habitual de custodia de la niña, ésta nunca le dirigió la palabra, se la veía muy segura y acostumbrada al personal que su padre ponía a su disposición.
El sábado, fue llamado por Oscar para acompañar al patrón en su salida semanal. Tenía por costumbre reunirse con amigos y disfrutar hasta la madrugada en una casa en las afueras de la ciudad.
A pedido de Oscar, Gerardo se colocó el chaleco antibalas, la cartuchera sobaquera con la pistola 45, en la pantorrilla otra cartuchera con un revólver 38 de caño corto, y en la cintura, detrás de su cuerpo, el cuchillo que le fuera suministrado en algún país de Europa.
Salieron de la casa en el auto blindado, mientras los acompañaban otros dos vehículos con personal armado. Cuando el camino lo permitía, la velocidad con que se desplazaban superaba los ciento cincuenta kilómetros por hora. Pronto llegaron a un Country y se dirigieron a la más lejana de las viviendas. Una casa espectacular, que seguramente por la cantidad de ventanas, tendría más de quince habitaciones.
Estacionaron al frente, y un grupo de hombres salió a recibirnos, el Jefe abrió la puerta y dio la orden de no ingresar y distribuirnos como siempre (esto lo dijo mirando a Oscar), se bajó e ingresó rápidamente.
El auto quedó al lado de los muchos que ya se encontraban en el lugar, bajaron y comenzaron a caminar lentamente, dejando al chofer al cuidado del vehículo.
-Che Oscar, ¿que hacen allí dentro?
-Todo lo peor que puedas imaginar.
-No comprendo.
-Lo esencial de estas reuniones es el sexo con niñas de corta edad, me refiero a unos catorce o quince años, pero también hay una cena espectacular, mucha bebida y drogas, mucha droga.
-¿Y quienes vienen aquí?
-Aunque no lo creas, la mayoría de los asistentes son políticos, gobernadores, ministros, sindicalistas, en fin, personajes con algún poder, aunque también vienen algunos empresarios de alto nivel.
-No puedo creerlo ¿y de donde sacan las chicas?
-No he querido indagar demasiado sobre este tema, dicen que las contratan, aunque pienso que a algunas las secuestran, la mayoría son estudiantes, chicas normales que sus padres creen que están en un boliche con sus amigas, y son convencidas de pasar una noche de película, aquí encuentran de todo lo que pueden soñar, comida exótica, bebida sin límite, las drogas que quieran o se les ocurra, y sexo, mucho sexo, aunque nunca se enteren con quién se acostaron, les colocan una especie de antifaz que les cubre los ojos, para que no puedan ver con quienes están. En este momento las chicas están bailando y disfrutando con muchachos de su edad, que fueron contratados para divertirlas, ya tienen experiencia y saben lo que hacen, cuando las chicas están listas, llaman a un encargado que las acompaña hasta un dormitorio, en donde las desvisten y las esposan, luego les colocan el antifaz y llaman al que paga por ella.
-Que porquería hermano, no me imaginaba que podría realizar un trabajo como éste.
-Pará la mano, no te confundas, esto solo lo sabés vos porque yo te lo cuento, nosotros solo hacemos seguridad, no te confundas, no tenés nada que ver con lo que pasa adentro.
-Lo que ocurre es que siento asco, esto que me cuentas ocurre en todo el mundo, la mujer es considerada un objeto sexual.
-Querido mío, y eso es lo que son, objetos sexuales, y no me vengas a hablar de tu madre ni de tu hermana, ellas zafan porque te tienen a vos y a tu padre, pero fijáte que uno de los problemas que tiene Don Coyo, es que le gustan las vírgenes, pero ya no quedan chichas vírgenes, a los doce años ya tienen relaciones sexuales o en algunos casos siendo mas pequeñas, los tiempos cambiaron, la mujer tomó la calle y la delantera, y los padres las preparan, las visten y arreglan para que se vean sensuales, para que sean una buena oferta.
-Yo creo que no lo hacen con esa finalidad.
-Mirá yo no quiero discutir sobre este tema, solo opino de lo que veo, en todo caso de la irresponsabilidad de vestir a sus hijas con poca ropa, y permitirles salir y pasar la noche en lugares que ellos ignoran, en donde hacen lo que quieren o les hacen lo que quieren, y regresan a la casa cuando salió el sol, ¿que ocurrió mientras los padres dormían?, solo ellas lo saben.
-¿Cómo sabes que son niñas de corta edad?
-La verdad es que con los años, cuatro ya, El Patrón fue adquiriendo mayor confianza conmigo, es como si necesitara a alguien con quien conversar de ciertos temas. El tiene la costumbre, una vez que finaliza con la chica de turno, de sacarle el antifaz, previamente el oculta su rostro con otro elemento similar, y les toma fotos, varias fotografías desde muchos ángulos y luego de su rostro, no sé cual es la finalidad, pero luego me muestra cual estuvo esa noche con él.
-No entiendo como pueden proceder de este modo, el tiene una hija a la que adora, y por lo que me dices tiene la misma edad que las amantes de su padre.
-Claro, ¿pero vos imaginas que a Flavia le puede pasar algo?, no es al cien por ciento de los casos, pero si prestas atención a las noticias, la gran mayoría de las chicas raptadas o violadas, pertenecen a clase media, media baja o muy pobres, y no me estoy refiriendo solamente a bienes materiales, sus padres carecen de educación, no tienen la capacidad de evaluar riesgos, su hija les dice que va a bailar con unas amigas, reciben un “cuidáte” como despedida, y la vuelven a ver cuando despiertan a la mañana, no saben con quién ni por donde anduvieron, en cuanto a las clases mas altas, no hablemos de Don Coyo, pero de familias de cierto nivel, los padres se comunican, conocen a las amigas y en la mayoría de los casos las llevan o traen los padres de las fiestas.
-Si si, es verdad lo que dices, el otro día Jorge me contaba que en la puerta de un boliche cercano a su casa, las chicas tienen sexo oral con los chicos, para ganarse unos pesos y pagar la entrada o los tragos en el interior.
-Y es verdad, yo trabajé de custodio dentro de un boliche, y pude observar como consumen alcohol y drogas, y luego tienen sexo con más de un chico. Por eso cuando quedan embarazadas no saben quién es el padre del bebé.
-Carlos decime la verdad, ¿vos tenés ese concepto de la mujer?
-No quedáte tranquilo, yo también tengo hijas, y si algo les pasara me vuelvo loco.
-¿Y aquí nunca hubo ningún problema?, me refiero a sobredosis ¿o a algún exceso por parte de los hombres?
-Dicen que sí, en esos casos hacen desaparecer los cuerpos, hay un pozo cercano, en donde las tiran y luego les arrojan cal viva, en muy poco tiempo no queda nada del cuerpo.
A todo esto, Don Coyo ya había sido llamado a una habitación, adonde ingresó con sus ayudantes, dos mujeres que lo acompañaban en estas salidas clandestinas. Una verificó el estado de virginidad de la niña, la cual estaba desnuda, esposada a la cama, con los brazos y piernas abiertas y el antifaz colocado. Luego entre las dos lo ayudaron a desvestirse y una de ellas intentó colocarle el preservativo:
-No, esta vez no, quiero que tenga un hijo y que no surja ninguna duda de su paternidad- dijo apartando a la ayudante.
Se acercó luego a la cama, y se introdujo entre las piernas de la niña.
El tiempo fue pasando, y Don Coyo experimentó y disfrutó de lo aprendido en su vida. Al principio la niña no tenía consciencia de lo que estaba ocurriendo, pero luego comenzó a despabilarse y a sentir. Al final, como era su costumbre, se colocó el antifaz, tomó la cámara de fotos que una de sus ayudantes le alcanzó, y comenzó a tomar fotos del cuerpo primero, luego pidió a una de sus ayudantes que le quitara el antifaz, tomó una foto y saltó hacia atrás espantado, al momento que gritaba:
-¡Flavia! ¡Hija mía!
-¡Papá! ¿ sos vos?

TITO MUÑOZ

LA MUERTE NO EXISTE

Para pensar
Caminaba lentamente por Plaza Sarmiento, cuando desde una ambulancia que pasaba en ese momento, me hicieron señas para que me acercara.
-¿Puede subir señor?, Carlos desea hablar con Usted.
Subí a la ambulancia y lo vi, muy demacrado, con la bigotera de oxigeno colocada y en cómoda posición, semisentado.
-¿Que te pasó Milico?
-Qué suerte que te encontramos, ésta será la última vez que nos vemos, por la tarde me trasladan a Tandil, quiero morir en mi ciudad natal, pero antes quiero contarte algo, que yo creo que es el motivo que me mantiene con vida.
-¿Pero qué te ha ocurrido?
-Colapsó mi pulmón derecho y el otro no alcanza para mantenerme con vida, es cuestión de días nada más, pero a propósito del pulmón derecho, yo te conté que cuando estuve en Malvinas, me pegaron tres tiros por la espalda.
-Sí, claro que lo recuerdo.
-Los ingleses me lo parcharon muy bien, pero hace unos días dijo, hasta aquí llegué.
-¿Y sufrís mucho dolor?
-No por suerte, estoy con morfina, cuando me hirieron, tampoco sentí nada, vos sabés que cuando se produce una herida, de inmediato es comunicada al cerebro, pero cuando la información es mucha, como fue en mi caso, es como que se saturan las líneas de comunicación, y no llega esa información al cerebro, entonces no sentís nada. Y justamente de eso te quería hablar. Cuando me hieren en las Islas, avanzábamos en medio de la oscuridad hacia el Monte London, sabíamos que allí se refugiaban los ingleses, y planeábamos una emboscada, los atacaríamos por dos lados simultáneamente, pero la sorpresa se rompió cuando me dispararon. Caí al suelo violentamente, al tiempo que comencé a elevarme, vi mi cuerpo tirado en rara posición, al pelotón dándose a la fuga rápidamente, quise avisarles que el enemigo había reaccionado y avanzaban hacia ellos, pero no me escuchaban, en ese momento apareció mi hermano, le pregunté qué hacia allí y me dio un abrazo. Los ingleses descubrieron mi cuerpo, y uno de ellos me hizo girar con el pie. Hablaban en su idioma pero yo los entendía como si fuera castellano. Cuando me movieron un ronco quejido brotó de mis labios:
-Acá hay uno herido, y me parece que es un oficial- gritó el inglés.
De inmediato revisaron mi ropa, y cuando comprobaron que mi grado era el de Teniente Coronel, llamaron a los camilleros, me cargaron y llevaron hasta el otro lado del cerro, me subieron en un helicóptero y me llevaron hasta un barco. De a ratos podía ver todo lo que hacían desde arriba o al lado de ellos, nadie me prestaba la menor atención, se ocupaban de mi cuerpo solamente. Querían que recobrara la conciencia para interrogarme. Luego perdí el conocimiento por largo tiempo, cuando desperté, estaba internado en un hospital muy lindo, en Gran Bretaña, todos hablaban en inglés y yo no entendía nada, lo que me llamó profundamente la atención, porque antes si los comprendía. Una enfermera de habla española, me dijo que llevaba más de un año internado, que estaba en un hospital militar, y que me habían realizado varias operaciones, aunque ahora venía la que ella consideraba la más peligrosa. Pude ver gran parte de la operación desde distintos ángulos del quirófano, escuchar lo que hablaban, las dudas que en un momento tuvo el cirujano y cuantas personas, y quienes, participaron o estuvieron allí, todo esto lo comenté con la enfermera bilingüe, quien fue anotando todo lo que le contaba, luego ella lo tradujo y lo informó a sus superiores, vinieron a hablar conmigo, y tuvimos muchos meses de charlas, de preguntas que por suerte pude responde y razonar con ellos, y todo eso me llevó a trabar amistad con varios profesionales de la institución.
-O sea que vos viste el túnel o la luz como la definen algunos.
-Esto que me preguntas es muy importante, hace unos días que comencé a elevarme nuevamente, aparentemente tengo paros cardiorespiratorios, y a ingresar en esa hermosa dimensión, te digo que es hermosa, porque pude volver a ver a mis seres queridos, a abrazarlos y escucharlos, estoy llegando al final de mi existencia, y en cuanto a la luz o al túnel, eso se ve después, creo, es como una sucesión de etapas en las que te sientes maravillosamente bien. Seguramente alguna vez leíste que el universo mantiene su equilibrio basado en fuerzas electromagnéticas, esas fuerzas emiten una vibración, de ese modo se transmite su poder por todo el universo, ahora bien, en el primer tramo de tu ingreso a esa otra dimensión, te encuentras con tus seres queridos, y comienzas a armonizarte con otra dimensión, cuando comienzas a vibrar al mismo ritmo que el universo, aparece la famosa luz de la que algunos hablan, e inicias un viaje acercándote a ella, yo no ingresé, por eso estoy aquí, hubo algo que me hizo regresar, no puedo explicártelo porque no lo sé, es como si hubiera llegado hasta el umbral, se siente que al otro lado o adentro, hay seres o fuerzas muy poderosas, esas que a veces le damos el nombre de Dios, pero no son iguales a los que nos meten en la cabeza desde niño, o a los que conocemos a través de la lectura de los libros de distintas religiones, es como algo mas armonioso, más hermoso, más confortable, en una palabra te sientes como jamás hubieras imaginado.
-¿Sentiste en algún momento que tenías que rendir cuentas por las cosas que habías hecho mal en este mundo en el que vivimos?
-No, no hay nadie que te juzgue ni te reclame nada, al menos en donde yo estuve, solo sentí una paz que nunca había experimentado, una sensación de bienestar y felicidad sin límites, los seres a quienes quiero me acompañaban y los veía tan bien que no podía creerlo. Te acuerdas que te conté hace un rato que en Malvinas vi a mi hermano, pues bien, él había muerto hacia dos días, yo no lo sabía, pero tampoco razoné que de otro modo no podría verlo, no podría estar allí, claro, tampoco sabía que yo había dejado de existir en este mundo o en esta dimensión.
-¿Por qué esperaste hasta hoy para contarme todo esto?
-Sentí el otro día cuando viajé, así le llamo yo a mis vuelos, que debía informar, dar a conocer mi experiencia, la muerte no existe, debemos dejar de pensar y temer por todas las pelotudeces que nos enseñaron desde niño, en nuestras casas, las religiones etc., nada de eso es cierto, seguimos, no sé si decir viviendo sea lo correcto, pero sí continuamos teniendo la conciencia que hoy utilizamos, la misma memoria, es algo increíble, ahora no sé qué les ocurre a los que se quitan la vida, yo conocí a gente que murió violentamente y a seres que se fueron por causas naturales, o enfermedades, y que tuvieron cortas regresiones. Pero ¿Qué te pasa, por qué esa cara?
-No sé, estoy pensando, me decís que este tema lo trataste con gente a quien le pasó lo mismo, pero tampoco comprendo por qué precisamente a mí me cuentas esto.
-Vos no te imaginas la cantidad de gente que es resucitada en esos hospitales, yo no podía hablar directamente con los pacientes porque no conocía su idioma, pero cuando la enfermera me ayudaba o la gente de quien me fui haciendo amigo me traducía, pude darme cuenta de que es algo que nos ocurre y ocurrirá a todos, y en cuando a porqué te elegí a vos, en primer lugar porque te conozco y luego porque vos escribís y contás todo, es un modo de comunicar mi experiencia. Ahora te pregunto, hay anécdotas como la del Mazamorra o tu propia experiencia en el grupo Conintes, ¿por qué no las cuentas?
-Quizás algún día, ya veremos, todo está muy convulsionado, a la gente le mintieron demasiado y todos los días leo opiniones, de personas que consideraba inteligente, que me sorprenden, hacen gala de tanta ignorancia con total naturalidad, y critican y opinan sin tener un mínimo de conocimiento de lo que dicen, por eso te repito, no lo sé.
-Pero esto que yo te conté, mi experiencia, si lo vas a contar verdad.
-Seguramente, vos lo que querés es que se conozca tu experiencia.
-No solo eso, lo que yo quiero es que la gente sepa que la muerte no existe.
-Mirá Carlos, no es tan fácil lo que me pides, sobre lo que me contaste hay miles de publicaciones y estudios, y seguramente cada día habrá más, no creo que vos aportes nada nuevo, pero no se…
-¿Tenés miedo de arruinar tu reputación?
-No hablés pavadas, yo solo soy un tipo que escribe historias, cuentos, anécdotas, leyendas, y lo hago porque me gusta escribir, se que muchos me leen y a muchos les gustan mis historias, también soy consciente de que generan pensamientos diversos, los que escribimos transmitimos ideas, pensamientos, y debemos tener cuidado con lo que decimos y tratar de no dañar a nadie, ¿me entiendes?
-Me acordé de algo muy importante Tito, no se si se da en todos los casos, pero parece que cuando estás cerca del final, ocurren cosas o cambios importantes que te anuncian la partida, vos sabes que mi carácter siempre fue un poco bravo.
-Una porquería resumiéndolo en pocas palabras.
-Bueno quizás un poco así, pero cuando estábamos en las islas, un día me puse a observar la entrega de la correspondencia que le llegaba a los soldados, y vi que algunos nunca recibían nada, y miraban con un dejo de tristeza a sus compañeros que disfrutaban de las noticias del continente, entonces hablé con un suboficial que tenía mucha llegada con los soldados, y le pedí que se acercara a los que no recibían correspondencia, con la idea de averiguar un poco de sus familias, para luego escribirles nosotros, inventando cartas familiares, para brindarles un poco de alegría, como si les escribieran desde sus casas. El tipo me miró sorprendido, pero cuando se dio cuenta de que yo hablaba en serio, se entusiasmó y se abocó a la tarea. Pronto éramos varios los que les escribíamos y me sentía muy bien cuando veía la alegría de esos muchachos, recuerdo el caso de un soldado que no sabía leer ni escribir y en su casa tampoco, tuvimos que inventarle un vecino que generosamente escribía lo que los familiares querían transmitirle, y aquí alguien le leía las cartas, no te imaginas la felicidad que irradiaba ese muchacho. Desde ese momento mi vida cambió, comencé a mirar a la gente de otro modo, por eso el día que me hirieron yo iba al frente del pelotón, algo que los oficiales no hacen jamás. En fin, te reitero, cuando algo está por pasar, siempre existe un aviso previo, eso también les ocurrió a la gente con quienes pude intercambiar experiencias, solo hay que saber verlos o interpretarlos. Yo necesito que escribas todo esto.
-Bueno, pero primero me tomaré mi tiempo para pensar.
-Qué tiempo creés necesitar.
-Quizás un día o dos ja ja.
-Bueno me voy, sé que algún día volveremos a encontrarnos, un abrazo amigo.
-Buen viaje Carlos…

TITO M

LA REZADORA

LA REZADORA
Historia con ficción
A las diez de la mañana, apareció la combi que traía a varios ancianos a la plaza, entre ellos a Carlos, quien descendió con alguna dificultad ayudado por su bastón. De inmediato se dirigió hacia el banco en el que yo estaba sentado.
-¿Cómo andás Tagarna?
-Esperándote, milico cagón.
-Tratáme bien o no te cuento la historia que estás esperando.
-Dale, vení sentáte o te quito el bastón.
Luego de alguna charla intrascendente, Carlos comenzó a contar:
-¿Cuántos años tenías cuando fuiste al primer velorio familiar?
-No recuerdo bien, creo que doce o trece, cuando falleció mi bisabuela.
-En esos tiempos, además de la “Rezadora”, también se contrataba a la “Llorona”, era una mujer que a una señal de quién la contrataba, comenzaba a llorar a los gritos y a pronunciar los clásicos comentarios: “tan bueno que era”, “y pensar que ayer estuvimos juntos”, etc. Nunca entendí bien su función, pero era como el director de orquesta, solo que ella dirigía el llanto.
-A lo mejor el muerto había sido un hijo de perra y nadie tenía deseos de llorarlo, quizás la contrataban para evitar algún festejo, pero yo nunca conocí a ninguna.
-Pero a la rezadora seguro que la conociste.
-Si, a esa sí, rezaba en el velorio y luego en los días de la novena, pero no era Doña Clara.
-Escuchá, Clara no era una mujer común, ella era monja.
-Va, dejáte de joder y hablá en serio.
-Te cuento lo que yo sé, ella estaba en un convento en la Provincia de Santa Fe, y un día se dio cuenta de cuanta gente necesitaba ayuda, y que precisamente rezando, no era el modo de llegar a ellos, entonces armó un atado con sus cosas y se marchó. Por esas cosas de la vida vino a parar a Villa Dolores, vivía muy cerca del Hospital, cuando éste funcionaba frente al Cementerio, y desde allí acudía a los hogares que la necesitaban, pero además de rezar, consolaba a los deudos, les hablaba con mucho cuidado, tratando de tocar sus fibras más íntimas, buscando que el razonamiento ayude a que esas personas que sufrían una pérdida, comprendieran que todo formaba parte de la ley de la vida, que es un camino que todos recorreremos, ayudaba a los viudos a razonar y puedo asegurarte que siempre lograba su cometido. Si te esfuerzas un poco, seguramente la recordarás, sus vestidos eran largos, siempre usaba mangas largas y un pañuelo cubría su cabeza.
-Mirá, no sé si la imagino o la recuerdo, pero creo que no la vi nunca ¿vivía sola?
-Una familia le daba alojamiento, a y sabés, tenía un enamorado, locamente enamorado, el “Floripondio”.
-Oh no, pobre mujer, ¿y era linda?
-De cara si, tenía unos ojazos, el resto no se veía por la ropa que utilizaba.
-Pero volviendo al “Floripondio”, que impresionante el perfume que usaba, dos cuadras antes de que llegara ya se lo podía oler.
-El “Floripondio” se le declaró, y ella le dijo que estaba casada con Dios, que era una monja. Recuerdo que el “Floripondio” anduvo como dos semanas con la boca abierta, no lo podía creer, luego Clara se hizo amiga de los hermanos del loco este, en realidad toda la familia aprendió a quererla. Te traigo esto a colación, para que comprendas lo que ocurrió. ¿Te acuerdas del Negro Pizarro?
-Claro, el que fabricaba arcos y flechas y por las noches salía a cazar a los perros callejeros, esas mascotas que la gente dice amar, pero que los deja sueltos en la calle.
-Ese mismo, el Negro estaba enloquecido por la monja.
-¿No me digas que también se enamoró de ella?
-No exactamente, el Negro estaba “alzado”, se la quería voltear, no importaba donde ni cuando, él quería hacerla su mujer, así fue que una noche se tomó unos tragos de más, para darse coraje, y la esperó junto a una obra abandonada, en el lugar más oscuro, mientras seguía dándole al trago. En un momento la vio acercarse y se preparó, cuando Clara llegó a su lado, la tomó de la cintura y la metió dentro de la casa en construcción, allí comenzó a besarla y sus manos recorrieron su cuerpo lascivamente, deteniéndose especialmente en algunos lugares, que no hace falta que te aclare, besaba su boca y apoyaba y refregaba su masculinidad contra el cuerpo de la mujer, mientras ella sentía que su corazón se disparaba, su respiración se hacía agitada, y pensaba que podrían mancillar su cuerpo, pero que su mente y su corazón pertenecían a su Dios. El Negro estaba entusiasmado, no había encontrado resistencia, y mientras mantenía una mano jugueteando entre las piernas de Clara, comenzó a desprender los botones de la blusa de la mujer, entonces fue que sintió un fuerte olor a transpiración, bajó la cabeza para olerse sus axilas pero no era él, entonces se dio cuenta de la cantidad de ropa que llevaba esta mujer, quién seguramente había pasado el día trabajando, sacó la mano que mantenía jugando entre las piernas, y casi se descompone por el olor. Su deseo desapareció como por arte de magia, dio un paso atrás y le dijo, mañana te espero en este lugar, pero te quiero, bañada, perfumada y sin tanta ropa.
-¿Por qué me haces esto?, yo soy esposa de Dios y sus ángeles guerreros te castigarán, te buscarán por donde vayas, no tendrás un lugar para esconderte.
-El Negro se fue rápidamente, pero las palabras de la mujer quedaron retumbando en sus oídos.
Clara jadeaba violentamente, introdujo una mano entre sus ropas y la apretó fuertemente con sus piernas. Su respiración se hizo incontrolable, sintió que se mareaba, se hiperventilaba, y de pronto, de sus entrañas surgió un grito poderoso, más bien un alarido. El negro que ya estaba a más de una cuadra de distancia, la escuchó, y un escalofrío corrió por su cuerpo, tuvo miedo y comenzó a correr. No paró hasta llegar al Bar “El Vómito”, en donde pidió una botella de vino que apuró en silencio. Salió a la puerta como para irse, pero tuvo miedo y volvió a entrar, como tenía poca plata pidió un tetra y lo abrió con los dientes.
-¿Cómo un Tetra?, en esa época no existían, me estas cargando.
-Ja ja, quería saber si estabas atento.
-Dale Guacho, seguí contando.
Al día siguiente, la mujer pasó por el mismo lugar pero no había nadie. El Negro se había acobardado. La Rezadora se sentía culpable, sentía que había pecado, sentimientos contradictorios la desconcertaban y la desorientaban.
-Clara, comentó lo que le había ocurrido a la familia del “Floripondio”, al día siguiente. La indignación de todos fue la esperada, había que escarmentar a Pizarro. Clara, quién ya había pensado en ello, les mostró un libro que llevaba, y les leyó un artículo que mencionaba y daba las instrucciones para preparar una poción, que producía un efecto similar a la muerte a quién la consumía. Una especie de catalepsia, con una duración de unas treinta horas, el tiempo suficiente para darle un gran susto a Pizarro. Planificaron cuidadosamente los pasos a seguir, tratando de no dejar cabos sueltos, como suele decirse, y cuando lo volvían a revisar, cada vez encontraban mejor las cosas.
-Che, es increíble lo que me cuentas.
-Ja, pero ahora viene lo mejor. El Negro todas las noches cenaba en el Bar “El Vómito”, frente a Plaza Mitre, y luego pedía un té bajativo. Compraron las semillas mencionadas en el libro de Clara, en casa Longo, en calle Italia, hicieron la mezcla y uno de los muchachos se encargó de hablar con un amigo que trabajaba en el bar mencionado. Esa noche el Negro cenó como lo hacía habitualmente, tomó el té especial y se marchó un poco más temprano que de costumbre, llegó a su casa y se acostó para dormir y descansar, se sentía agotado. Cuando su mujer fue a la cama, notó que el Negro no respiraba, llamó a los gritos a sus hijos, uno de ellos corrió a buscar ayuda. Rato después un médico confirmó la noticia, el Negro Pizarro había muerto.
En realidad lo que producía el mejunque que había ingerido, era una ralentización de las funciones vitales, con los elementos de la época, no era fácil, por ejemplo, escuchar los latidos del corazón, la respiración era muy lenta también, por lo que todos creyeron en el deceso de Pizarro.
Como estaba planeado, el servicio de sepelio, fue provisto por Casa Espósito, de la esquina de calle Italia y Felipe Erdman, en donde trabajaba uno de los hermanos del Floripondio.
Todo fue fácil, porque la familia de Pizarro, no estaba dispuesta a gastar demasiado, y lo proyectado era colocarlo en un nicho, y cuando la gente se retirara, quitarle la tapa al ataúd, para que el Negro no se asfixie, y que despierte dentro del cajón en el nicho, seguramente el susto que se pegaría, le cambiaría la vida y se arrepentiría de sus malas acciones. Clara también le hablaría y le diría que Dios le había dado una segunda oportunidad.
Pero viste como son las cosas en ésta vida, el Diablo metió la cola, y al negro no lo pusieron en un nicho, lo sepultaron en el suelo, y apenas se retiraron los asistentes, los empleados del Cementerio lo cubrieron con tierra.
-¡Noo, no puedo creerlo, que tragedia!
-Si es verdad, una verdadera tragedia que le cambió la vida a todos, Clara desapareció esa misma noche y Floripondio y su familia se fue en los días siguientes.
-Pero cometieron un crimen.
-Y si, se comentó en ese tiempo, que habían intervenido los “duendes” de Plaza Sarmiento.
-Quizás eran los ángeles guerreros de Dios.
-Quizás.
-Y vos como te enterás de todos estos detalles, porque imagino, de acuerdo a lo que cuentas que la policía no intervino.
-No, yo me entero varios años después, me contó todos los detalles un hermano del Floripondio, un buen tipo, pero que nunca se repuso, el remordimiento no lo dejaba dormir, soñaba que Pizarro se le aparecía y le reclamaba por su vida. Cuentan que fue varias veces a Plaza Sarmiento, pero los duendes no lo atendieron, eso confirma que no le daban bola a cualquiera.
-¿Y qué fue de este hombre?
-Se ahorcó, seguramente alguna vez escuchaste la noticia, vivía en el Sarmiento.
-Bueno Carlos, allí te vienen a buscar.
-Será hasta la próxima historia entonces.
-Hasta la próxima historia.

TITO MUÑOZ

SEÑORA DE LAS PLANTAS

Seguramente muchos la recuerdan.

Como lo hago frecuentemente durante mis visitas a Villa Dolores, decidí caminar un rato por Plaza Sarmiento. Me calcé las zapatillas, tomé el contenido de una botella de Stella Artois, (por eso de la deshidratación ¿viste?), y me fui a la Plaza.
Finalizaba la primera vuelta, cuando tuve que buscar un lugar para sentarme, las zapatillas se habían cansado y necesitaban reponer energías. En un banco con sombra había un hombre apoyado en un bastón, con la mirada fija al frente. Me senté a su lado y no se movió. Pensé que podría ser una figura de cera, y estaba por averiguarlo quemándolo con un cigarrillo, cuando giró su cabeza, me miró fijamente y me dijo:
-¿Vos sos el Tito?
Sorprendido, no lo reconocí, asentí con un movimiento de cabeza.
-Hace muchos años que no nos vemos- dijo a continuación.
Mi cabeza trabajaba a full, tratando de recordar a quien pertenecían sus facciones. Estaba muy deteriorado.
-Ya veo que no te acordás de mí, fui tu instructor en el Servicio Militar.
-Si ahora me acuerdo de vos, sos Carlos, fuimos compañeros en la escuela primaria. Si habremos jugado a la pelota en la canchita, aquí a la vuelta. ¿Pero qué hacés con ese bastón, trajiste a pasear a tu abuelita?
-No seas tarado, estoy bastante mal, sin el bastón no llego a la esquina.
-Vos eras un tipo con mucha preparación física, recuerdo que fuiste paracaidista, buzo táctico etc., creo que ya eras capitán cuando hice la colimba, que te pasó.
-En Malvinas, me metieron tres tiros por la espalda. Pero no fueron los ingleses, las balas vinieron de nuestras propias trincheras.
-A la pucha, y sabés como fue eso, aunque ya me imagino, alguien que aprovechó la oportunidad, vos eras bastante guacho, yo te hubiera metido todo el cargador.
-No, ni me interesa, a mí me recogieron los ingleses y me trataron durante más de tres años, ellos me salvaron la vida. Me llevaron en avión a Inglaterra y allá me hicieron varias operaciones.
-Vos estás agradecido de los ingleses entonces.
-Mirá, cuando pude regresar, mi mujer ya tenía dos chicos con otro marido, el ejército me quiso otorgar un ascenso y el gobierno me lo negó, vivo solo como un pordiosero, no tengo mucho para agradecer.
En ese momento llegó un hombre tirando de un carrito, ofreciendo queso de cabra y arrope de miel, de tunas, de higo, de chañar y miel pura de abejas, salame y algunos otros fiambres diciendo que eran de la colonia (seguramente de la colonia Holandesa, de las Tapias). No le compramos, pero al verlo tirar de su carrito, sufrí una extraña experiencia, una especie de Deja Vu, y se lo comenté a Carlos.
-Me acaba de ocurrir algo muy extraño, ¿te acordás cuando me contabas que cuando estabas en el Colegio Militar de la Nación y te enseñaron a saludar con el sable, a vos te pareció que ya habías vivido ese momento?, bueno me acaba de ocurrir algo similar. ¿Pero no te molesta que hable tanto?
-No, dale contáme, yo no puedo hablar demasiado, me fatigo mucho.
-No sé si te acordás, pero cuando yo era un niño, venía a la siesta a leer revistas o algún libro de cuentos a la plaza.
-Si claro que me acuerdo.
-Algunos días, yo veía pasar a una señora, tirando de un carrito como el de este hombre, vendiendo plantas y flores.
-Si la conocí, doña Alcira, vivía cerca de mi casa.
-Yo la reconocía cuando venía, porque escuchaba sus pasos, caminaba arrastrando los pies, inclinada hacia adelante tirando de su carrito. Yo la miraba disimuladamente, y seguramente ella también, y un día me comenzó a saludar:
-“Hola pichón, siempre leyendo vos”
-Adiós señora- era mi respuesta, no me gustaba que me dijera pichón. Esto ocurrió durante mucho tiempo, cierro los ojos y me parece verla venir con su paso cansado, su blanca cabeza protegida con un pañuelo de desteñidos colores, tirando de su carrito con ruedas de bicicleta, cargado de pequeños tarritos con plantas que ofrecía con voz queda. Me parece escuchar el compás de sus pasos cansados, arrastrando sus zapatos por las calles de la ciudad. Pero siempre me llamó la atención la limpieza de su ropa, gastada, remendada pero siempre limpita.
Con el tiempo, yo no volví a la Plaza a leer, pero esta mujer, había impactado de tal modo en mí, que cuando hacía frio y la recordaba, o cuando llovía o corrían fuertes vientos, pensaba que a lo mejor ese día, en el cual no podía ejercer su comercio, no tendría dinero para comprar su comida. No supe más de ella, si tenía familia, donde vivía, ni siquiera su nombre, hoy vos me dijiste que se llamaba Alcira, pero tengo mis dudas, me parece recordar que su nombre era Clara, ¿Qué fue de ella?
-No Clara era la rezadora, esa si que es una historia, pero volvamos a Alcira.
-Esa pobre mujer tuvo una vida muy triste, madre de cuatro hijos, llevaba una vida de ama de casa, eran pobres pero tenían lo imprescindible para vivir, los hijos estudiaron, y cuando los dos mayores terminaron el secundario, el padre un día los llevó a trabajar con él y nunca más volvieron. Ella quedó sola con dos hijas, que tendrían dieciocho y veinte años a lo mejor, no recuerdo bien, pero no tenían de que vivir. La hija menor se fue con un novio y la otra pronto la siguió. Alcira quedó solita en esa casa. Los vecinos la ayudaban dándole un plato de comida todos los días, y ella retribuía realizando tareas de limpieza, lavado y planchado de ropa, cuidado de niños etc., pero su desgracia no terminó allí, un día la desalojaron porque no podía pagar el alquiler, le sacaron sus pocas pertenencias a la vereda, y se fue a vivir a un terrenito cerca de las vías del ferrocarril. Allí los vecinos, entre todos, le construyeron una piecita, precaria pero muy firme, cavaron un pozo que le sirvió de letrina, con una manguera y una canilla, un vecino le dio agua y unieron varios cables para llevarle electricidad. Ella lo único que tenía era una radio que permanecía siempre encendida, no se podía apagar, y una sola lámpara en medio de la habitación. De su antigua casa solo pudo rescatar la cama, una mesa pequeña, dos sillas y algunas perchas que colgaba de un alambre con su ropa.
Entonces fue que comenzó a cultivar plantas, pedía gajitos que luego plantaba y cuidaba, y con ellos logró tener una importante variedad que luego vendía. A pocos metros pasaba una acequia de riego, y en sus orillas plantó varias especies que le dieron las flores que vendía.
Un día la encontraron sin vida sobre su cama, nadie supo de qué murió ni cuando, pero recuerdo que pasaron casa por casa recolectando dinero para pagarle el sepelio, de sus hijos no se supo nada más, ninguno estuvo en su entierro.
-Vos sabés que te escucho y es como si una parte de mi vida, que había quedado pendiente de pronto se aclarara, ahora me doy cuenta que aprendí a querer a esa sacrificada mujer.
En eso llegó un vehículo, bajaron una silla de ruedas y se lo llevaron a Carlos, pero antes de que cerraran la puerta me gritó:
-Che Tito, si mañana andás a la misma hora, te cuento la historia de la rezadora.
-Dale, mañana vengo.
Me quedé un poco triste, no imaginé ese final para la Señora de las Plantas. Comencé a caminar hacia mi casa, y traté de imaginar con que historia me saldría mañana Carlos, pero un día pasa rápido, mañana se los cuento.

TITO MUÑOZ