MARTINA…SE FUE EN NAVIDAD
DRAMA
A veces la “causalidad”, me lleva a escribir historias o mejor dicho a completar algunas que escribí hace algunos años y nunca publiqué.
Hace algunos días, salía del Centro Médico de Villa Dolores, y me dirigía hacia un negocio ubicado en la esquina, a comprar alguna bebida. El calor era intenso. Cuando un señor me alcanzó y me preguntó:
-¿Usted escribe cuentos y luego los sube a Internet?
-Bueno, sí- respondí sorprendido- ¿Usted los lee?
-Si y me gustan mucho, especialmente el modo en que escribe, cuando los leo me parece estar conversando con algún amigo, el lenguaje que emplea es el que utilizamos todos.
-Es verdad, podría utilizar mas metáforas e incluso expresarme de otro modo, pero prefiero hacerlo así, creo que facilito el trabajo del lector.
-Yo estuve internado en El Liqueño- me dijo de pronto.
La verdad es que me tomó de sorpresa su confesión, me detuve en medio de la vereda mirándolo como atontado, y le dije:
-¿Acepta que lo invite con una cerveza?, allí, enfrente, en la Estación de Servicio.
-Bueno, encantado, la verdad es que me vendrá muy bien, hace mucho calor.
Cruzamos calle Sarmiento, e ingresamos al fresco local. Me sentía muy entusiasmado, el Convento Padre Liqueño y sus historias, siempre me intrigaron, sobre todo luego de la tragedia del año 1986, y si este hombre se había manifestado como ex interno del mismo, seguramente quiere contarme alguna historia para que la publique.
Compartimos dos horas de charla y tres cervezas. Mi compromiso: cambiar los nombres de los protagonistas y enviárselo para su aprobación. Pero vamos a los hechos.
Todo comenzó, cuando Doña Irma, como se la conocía en el barrio, concurrió al consultorio del dentista con una molestia en una muela. El Profesional, luego de trabajar en su boca, le preguntó si no conocía a alguien que le hiciera la limpieza en la casa, el vivía en Córdoba, y viajaba todas las semanas para atender su consultorio en Villa Dolores. La señora, entusiasmada, le contó que tenía una hija de trece años, que era una niña muy laboriosa y que a lo mejor le podría servir. El hombre le pidió que se la envíe al día siguiente para conocerla y ver como trabaja, agregando, que si le gustaba le pagaría muy bien por sus servicios.
La señora regresó muy entusiasmada a su casa, comentó el caso con su esposo, quien estuvo de acuerdo, necesitaban otro ingreso de dinero en la casa, luego llamaron a Marta (su nombre se fue modificando a través del tiempo), quién se puso muy contenta y prometió hacer las cosas del mejor modo posible.
Al día siguiente, muy temprano estuvo Marta en el consultorio del Dentista. Grande fue su sorpresa cuando el mismo le alcanzó los elementos de limpieza, la casa tenía pisos de mosaicos y ella nunca había utilizado un baño instalado, en su casa solo había un agujero en el suelo, protegido de miradas indiscretas por tres paredes de chapa, y una bolsa que hacia las veces de puerta.
Miraba desorientada para todos lados, no sabía por donde comenzar. Facundo se dio cuenta de cual era el problema y le habló con paciencia:
-No te preocupes Martita, seguramente tu casa no es como ésta y no sabes por donde comenzar. Escúchame que yo te voy a explicar.
Pacientemente, el hombre le fue enseñando, y quedó sorprendido de la inteligencia de la niña, quien aprendía con inusual rapidez. También notó que usaba la misma ropa todos los días, por lo que tomó la decisión:
-Martina- le dijo- voy a llamar a una señora amiga que vende ropa a domicilio, y te voy a comprar algunas cosas.
Marta aceptó entusiasmada, cada día que pasaba se sentía mas contenta y feliz de haber encontrado ese trabajo.
Al día siguiente, llegó la persona que vendía ropa. Facundo fue eligiendo algunas prendas y la niña se fue probando. Allí fue cuando se dio cuenta de que Marta era muy linda y muy desarrollada para su edad. Cuando la señora se fue, le pidió que se probara algunas prendas, y al mirar su bello cuerpo de mujer, sus instintos se dispararon. Se acercó a la niña y comenzó a acariciarla, a quitarle la ropa, y ésta no reaccionó, no comprendía bien lo que ocurría pero le gustaba. El Dentista le hizo muchas promesas y la convirtió en su mujer.
El tiempo pasó, hasta que un día Facundo se dio cuenta de que el cuerpo de Martina se había modificado, estaba más gordita y le había crecido el abdomen. Su preocupación fue grande, le pidió a la niña una muestra de orina y la llevó a analizar, comprobando que estaba embarazada. No le contó el resultado, solo le dijo que todo estaba bien, pero su comportamiento cambió notablemente, hasta que una mañana, cuando Marta llegó a la casa a trabajar, ésta estaba cerrada. Espero algunas horas en la puerta, hasta que una vecina le contó que la noche anterior el Dentista se había mudado, que vino un camión y se llevó todas las cosas. No podía creer lo que escuchaba, y no sabía que hacer, pensó que seguramente Facundo se comunicaría con ella, pero pasaron los días y no tuvo mas noticias. A todo esto, la madre se dio cuenta de que el cuerpo de Marta se había modificado, y luego de algunas preguntas, comprendió que estaba embarazada. La llevó al Hospital en donde le confirmaron la noticia, regresaron a la casa y cuando llegó su marido le contó lo que ocurría. La reacción del padre de Marta fue muy violenta, les propinó una tremenda paliza a las dos mujeres, culpando a la madre por lo ocurrido, tomó un cuchillo y salió de la casa para buscar a Facundo. Por supuesto de que no lo encontró, nadie conocía el destino de la mudanza, aunque algunos mencionaron de que posiblemente se mudara a Buenos Aires, en donde tenia parientes en una ciudad en donde podría trabajar.
El hombre regresó a la casa, tomó todas las cosas de su hija, las envolvió en una sábana y la echó de la casa. Martina, cubierta de moretones, arrastró el atado con su ropa hasta la casa de su abuela, en donde consiguió un alojamiento precario.
Dos meses después nació Javier, quien se criaría en la casa de su abuela.
El panorama futuro de Martina era bastante oscuro, recién cumplía catorce años y ya tenía un niño. Las palizas que le propinó su padre y las preocupaciones en una niña de su edad, comenzaron a deteriorar su mente. Para algunos muchachos, ella era una mala mujer y la trataban como tal. Así fue que pocos meses después quedó nuevamente embarazada.
Yo conocí a Martina, cuando una de sus paradas era al lado de los baños de la Estación del Ferrocarril, incluso, recuerdo que solía esconderse en una pequeña casilla de ladrillos, donde seguramente alguna vez funcionó un motor para subir al agua, al tanque de hierro que se encontraba al lado de los baños.
No podría contar cual fue el motivo por el cual Martina se convirtió en una especie de prostituta, ofrecía sus servicios por un alfajor o un paquete de cigarrillos. Contaban que fue varias veces violada por pandillas de muchachones, golpeada y robada. Creo que sufrió todas las humillaciones imaginables. Con el tiempo también fueron llegando más hijos, hasta que un médico en el Hospital se apiadó de ella, y cuando la atendió en el quinto parto, le hizo una operación para que no volviera a quedar embarazada. Posiblemente una ligadura de trompas.
Javier, el único a quien Martina reconocía como hijo, muchas veces seguía a su madre de lejos, con el ánimo de protegerla de posibles ataques de vándalos. Así fue que una noche, en que él caminaba con un caño de plomo en su mano, un grupo de chicos un poco mayores que él, atacaron a su madre burlándose de ella, la tomaron del cabello y la tiraron al suelo, momento en que sufrieron el ataque de Javier, que con una furia inusitada para su edad, repartía golpes e insultos a los agresores de su madre. Pronto quedaron cuatro muchachitos tirados en el suelo, mientras el resto trataba de ponerse a salvo de la furia de Javier.
Mas tarde la policía, actuando con mucho cuidado por tratarse de un menor, llegó hasta la casa de los padres de Martina, le contaron al padre lo que Javier había hecho, y le pidieron que los acompañara con el niño hasta el edificio Policial.
No era la primera vez que Javier agredía a alguien, que a su criterio a veces y por observación directa otras, ofendían a su madre, había intervenido en esas ocasiones lesionando a algunas personas.
Alguien sugirió la conveniencia de su internación en un convento que se encontraba en plena Pampa de Achala, a más de dos mil cien metros de altura, el cual estaba administrado por la Orden de los Franciscanos, y tenía la merecida fama de recibir a niños de conducta complicada y sin recursos. El comisario, quién confesó ser amigo del padre Giménez, administrador del colegio, se ofreció para tratar de lograr que lo acepten en ese lugar.
En los primeros meses del año 1986, Javier fue llevado hasta el colegio y dejado en él. Los niños se acercaban riendo y jugando a conocer al nuevo compañero. Javier ya había sido asesorado de cómo debía ser su comportamiento para no pasarla demasiado mal. Pero los niños son niños, y las picardías siempre están a la orden del día. Me cuenta Javier que le escupían el mate a las maestras, cuando ellas los mandaban a cebar, que se escapaban y le robaban caramelos, cigarrillos, y algo para comer, al almacén que había al lado del convento, que tenían una chozita junto al edificio, en donde se escondían a fumar y tramar echurías, pero lo mas grande que hicieron, fue cuando le sacaron las tapitas de corcho a las botellas de salsa, las pintaron con cal y las mezclaron con las hostias el domingo que fueron visitados por los estudiantes de Córdoba. Recordaba con una sonrisa la jarana que produjo ver a los estudiantes escupir las obleas, y la cara del cura, primero de asombro y luego de furia. Los tuvieron arrodillados sobre maíz durante largas horas, hasta que llegó el momento de ir a la cama sin comer. Los castigos eran duros, sobre todo para niños de su edad, que se encontraban lejos de su familia y con una comprensión diferente de las cosas. Ninguno era malo e inmanejable porque si, siempre existió un motivo.
La tarde del martes 23 de setiembre de 1986, el miró a los cinco chicos desaparecer entre las piedras de la montaña, caía la tarde, estaba frío y parecía que iba a llover. Horas después regresó Carlos, quien contó que los otros cuatro habían continuado la caminata, pero que a él el frio y la lluvia lo vencieron.
A la mañana, cuando se levantaron, se sorprendieron al ver el paisaje cubierto de nieve. Esa noche había caído una de las más grandes nevadas tardías de los últimos años, y había sorprendido a los niños fugitivos en la oscuridad de las sierras, sin ropa ni calzado adecuado. Su vestimenta era apta para el verano. Algunas veces, desde la ciudad vienen vehículos y mucha gente que les regala ropa, calzado y algunas veces también juguetes, pero cuando ellas se iban, las maestras les quitaban todo y se lo llevaban. Luego Javier me contó:” recuerdo una noche, en que uno de los niños se levantó de la cama, y en el oscuro salió al pasillo para dirigirse al baño, cuando regresó contó que el cura había entrado en el dormitorio de una de las maestras, seguramente para confesarla sin que nosotros la viéramos”, los mas grandes nos reímos a carcajadas, era bastante pícaro el “padrecito”.
Cerca del mediodía, comenzaron a llegar vehículos de la policía y otros más que no recordaba, pero mucha gente salía a caminar las sierras en la búsqueda de los cuatro niños. Los encontraron seis días después, en un lugar alto, seguramente para protegerse de los animales que en su imaginación los acechaban, abrazados, tratando de infundirse calor, congelados y con su escaso abrigo a la vista.
Ya nada fue igual en el Liqueño, el trato fue mas suave, se fueron algunas personas y llegaron otras, muy seguido los visitaba gente de la ciudad que les hacía preguntas sobre el trato recibido, tenían mejores ropas y zapatillas, pero nunca se pudieron olvidar de: Oliva, de 9 años, de Villa de las Rosas, Peralta de 11 de Villa Dolores, Rodríguez de 11 de Santa Rosa del Conlara y Gil de 9 años, de San Pedro (los niños de hielo).
Cuando Javier regresa a Villa Dolores, ya no encuentra a su madre, o quizás, según sus palabras tampoco salió a buscarla.
Yo recuerdo, que una noche en que Martina se había pintado exageradamente la cara, lucía sus ropas más vistosas, y cargaba su cartera, se sentó a orillas de la fuente de la Plazoleta del Ferrocarril, como todos la llamábamos. Fumó un cigarrillo tras otro, pero los clientes no llegaban. Pronto se dio cuenta de que ésta era una noche diferente, que los clientes no vendrían. De pronto el cielo comenzó a iluminarse de bellas luces de colores, y ella levantó los brazos y comenzó a correr por el centro de la calle, gritaba y saltaba disfrutando de una inusitada alegría, hasta que llegó a la Plaza Sarmiento, ya muy cansada, se sentó en la escalinata del Rosedal de calle Jesús Vidal, y nunca mas se supo de ella. Cuentan que el duende de ese Rosedal, la llevó a Oliva y la dejó internada en ese edificio tan especial que alberga a los que perdieron la razón, que Martina se levantaba todas las mañanas y bailaba recorriendo los jardines del Nosocomio, sintiéndose un Ada o una mariposa, hasta que una mañana ya no despertó.
TITO MUÑOZ