GÉNESIS

Por lo general, en todos los conglomerados urbanos, existen personajes singulares, de comportamiento diferente al resto del zoológico de gente, conocidos popularmente, algunos por ser buenas personas y la fama de otros tiene orígenes violentos o malignos.

Por las calles del centro de la ciudad de Mendoza, hace algunos años, apareció un niño de edad indefinida y de comportamiento muy singular, no se conocía su origen y su edad se calculaba entre los doce y catorce años. Casi no hablaba, solo decía algunas palabras, lo justo y necesario para comunicar algún deseo o necesidad. Alguna vez dijo su nombre, Paulo y como los argentinos acostumbramos a poner apodos o llamar a los niños con diminutivos, comenzaron a llamarlo Paulino, porque a alguien le pareció que Pauliño, como alguno sugiriera, sonaba muy a brasilero, y que Paulito hacia referencia a alguien de una edad menor a la que aparentaba, ya que el niño no conocía su fecha de nacimiento, ni su apellido y no poseía documento. Se pensaba que había sido abandonado por sus padres, quienes no podían mantenerlo o quizás por otro motivo, lo cierto es que nadie conocía su origen ni donde vivía, era delgado, de baja estatura y su vestimenta muy humilde. Paulino deambulaba por las calles céntricas de la ciudad, recorría la Avenida San Martín hasta la Peatonal Sarmiento, y luego por ella se dirigía hasta la Plaza Independencia, en donde pasaba la mayor parte del día observando el trabajo de los artesanos, quienes le daban algo para comer y algunas veces le regalaban ropa. Por alguna circunstancia desconocida, solo caminaba por las anchas avenidas de la ciudad, alguna vez por avenida Emilio Civit llegó hasta los portones del Parque San Martín y en otras oportunidades por avenida Vicente Zapata hasta la Terminal de Ómnibus. Al caer la tarde, Paulino caminaba hasta Avenida Las Heras por avenida Mitre, y por ella se dirigía hasta los terrenos del Ferrocarril, en donde seguramente había encontrado algún refugio. Algunos creían haberlo visto entrar a una casa abandonada en calle Perú, paralela a los terrenos del Ferrocarril, otros lo habrían visto ingresar a un vagón abandonado, en los terrenos de los antiguos talleres ferroviarios, lo cierto es que nadie podía asegurar en dónde vivía. Una tarde, una artesana que exponía sus trabajos en Avenida Mitre, se acercó a Paulino que miraba sus creaciones con interés, y trató de entablar alguna conversación con él, no pudo lograrlo por la parquedad, (si podemos llamarla así), del niño, pero descubrió que no sabía leer ni escribir, solo interpretaba carteles que indicaban algún peligro, por el color rojo de los mismos.

Valentina, que así se llamaba esta artesana, estaba abocada a la terminación de las tapas labradas en cuero, para un ejemplar de la Biblia, que pronto pondría a la venta. Paulino miraba con mucho interés su trabajo, y cuando la mujer le preguntaba si le gustaba lo que estaba haciendo, éste respondía con un leve movimiento de cabeza.

Con el tiempo, un lazo de amistad comenzó a unirlos, Valentina le daba de comer y se tomaba el trabajo de tener todos los días, un atuendo limpio para que Paulino mudara de ropa y estuviera mejor presentado. Llegó el verano, y en las horas de la siesta, cuando la clientela disminuía considerablemente, a Valentina se le ocurrió pedirle que se sentara, y comenzó a leerle el Antiguo Testamento. Fue tanto el interés demostrado por el niño, que la mujer pensó que podría enseñarle a leer y a escribir, para ello, se le ocurrió que las dos cosas debían hacerse al mismo tiempo, enseñarle el significado de alguna palabra, y pedirle que él la escribiera, única forma de saber que lo había comprendido, ya que él no hablaba. La sorpresa fue mayúscula, el niño aprendía con una rapidez asombrosa, mostrando mucho interés por el contenido del libro preparado por la artesana: La Biblia. Cuando Valentina se dio cuenta, le regaló un ejemplar del Antiguo Testamento, el que a partir de ese momento, fue el compañero inseparable de Paulino. Notaba ésta señora, que el niño leía y releía la primera parte, le atraía especialmente todo lo referente a la creación, al nacimiento, el origen de la humanidad, quizás buscaba en el Génesis su propio origen, los datos que ignoraba de su propia existencia.

Una tarde, Paulino paseaba por Avenida Belgrano, paralela a las vías del ferrocarril, cuando el sonido de muchas sirenas y fuertes bocinazos lo sorprendieron, se quedó inmóvil observando a los vehículos de Bomberos, ambulancias y policías que se acercaban a gran velocidad, los miró pasar, y vio que doblaban en la siguiente calle y apagaban sus sirenas. Apuró el paso movido por la curiosidad, y al llegar a la esquina, observó que desde un alto edificio salía mucho humo por uno de los balcones. Una escalera mecánica se desplegaba para alcanzar el departamento afectado, y por ella rápidamente subieron dos bomberos. El humo, movido por el viento, comenzó a remolinear disminuyendo la visibilidad, la cual se redujo a cero para quienes se encontraban en la calle frente al siniestro. Desde su ubicación, Paulino observó que un bombero salía del edificio en llamas con dos niños en sus brazos, y a los gritos trataba de pedir ayuda para bajarlos, pero nadie podía verlo ni escucharlo desde abajo, por lo que tomó la decisión y sin dudarlo corrió hacia la escalera mecánica, y antes de que pudieran detenerlo, subió apresuradamente por la misma, llegó hasta donde estaba el bombero, le pidió al mas pequeño de los bebés y tan rápido como había subido, descendió con el niño en sus brazos, siendo recibido por el personal médico. Luego de atender al niño, introdujeron a Paulino en una ambulancia y lo trasladaron al Hospital Central, en donde le practicaron una serie de estudios, llegando a la conclusión de que si bien estaba sano, éste sufría de alguna alteración desconocida, autismo diagnosticaron algunos, TGD dijeron otros profesionales, pero al final coincidieron en que su comportamiento, se debía a un crecimiento sin estímulos.

Esta heroica acción de Paulino cambió su vida, recibió el reconocimiento de las autoridades, y fue nombrado miembro honorario del cuartel de Bomberos de la quinta sección, los que a partir de ese momento, brindaron alojamiento, alimento y vestimenta a su nuevo y heroico compañero.

Paulino, quién pasaba largas horas del día leyendo el libro que Valentina le regalara, acompañaba a los bomberos en todas sus intervenciones, y como no podía por su edad, ser transportado en las autobombas, lo hacía en los vehículos de apoyo logístico, que siempre escoltaban a los bomberos en sus salidas, además, intervenía en los entrenamientos de salvataje, cumpliendo el rol de las victimas que debían ser rescatadas.

Un día encontró una pequeña tijera de plástico con filo metálico en la vereda, y la llevó al cuartel, el Jefe al verla le dijo en tono de broma, que podía utilizarla para cortarse el cabello, porque los bomberos usaban el pelo corto. Paulino quedó pensando en esas palabras, luego se dirigió al baño y delante del gran espejo que cubría una de las paredes, se cortó el cabello con mucha dificultad, ya que la tijerita no poseía mucho filo. Cuando apareció ante sus compañeros, éstos no podían creer lo que veían, el peinado de Paulino era un verdadero desastre, grandes agujeros que alternaban con mechones de cabello mal cortado, hasta habían modificado la fisonomía del niño. Intentaron llevarlo a una peluquería para que le emparejaran el corte, pero Paulino se negó rotundamente, entonces consiguieron un gorro que lo identificaba como miembro del cuartel de bomberos para cubrir su cabeza.

Alguien había regalado al niño un cuaderno y una lapicera, atento que éste, por señas, manifestó su deseo de escribir, y un día después de almorzar, Paulino avisó que se iría caminando hasta la avenida Mitre, para mostrarle a Valentina lo que había escrito. Por supuesto que nadie puso objeciones y el niño partió con su cuaderno bajo el brazo.

Esa tarde, cuando en el cuartel comenzaban a servir la merienda, recibieron un llamado de urgencia, en el dique El Carrizal, se habría hundido un bote y tres de sus tripulantes estaban desaparecidos. De inmediato se organizó la respuesta al pedido, y con el material necesario para éstos procedimientos, partieron raudamente hacia el dique. Cuando llegaron, un gran número de personas se encontraban en el lugar, la policía ya se les había adelantado y en unos minutos llegaría el apoyo de los buzos del Club Náutico Provincial. Los bomberos prepararon sus gomones y el equipo necesario para navegar por el lago, una vez que tuvieron todo listo ingresaron al agua, y amarraron grandes redes de pesca entre dos botes, a fin de cubrir mayores extensiones al rastrear las mansas aguas del lago. Arriola, el jefe del Cuartel de Bomberos, estaba ya sobre una lancha de poderoso motor, mirando con sus binoculares el trabajo de la gente a su cargo, esperando señales de algún resultado para acudir al lugar y verificar los trabajos de rescate. Pasaron dos horas antes de que los hombres que manipulaban una de las redes dieran la primera señal. Arriola partió de inmediato y en pocos segundos estuvo en el lugar. Dio las instrucciones necesarias para que la red fuera levantada lentamente, a fin de no perder el posible cuerpo encontrado. Los segundos se hicieron interminables, hasta que apareció la primera de las víctimas del siniestro. Arriola se acercó, y al ver la pequeña cabeza de un niño, con el cabello mal cortado, inmediatamente identificó a Paulino. El corazón del experimentado hombre se estremeció, la angustia se apoderó de él y llorando ordenó que lo llevaran a la costa. Allí fue recibido por mucha gente que quería saber de quién se trataba, pero éste hombre no podía hablar, bajó del bote y caminó hacia un costado, dejando que quienes lo acompañaban dieran las explicaciones que la gente solicitaba, en eso se acercó Valentina y al verlo en ese estado preguntó:

-¿Es Paulino, verdad?

-Si, no entiendo como llegó hasta éste lugar, quién lo trajo hasta el dique.

-Fuimos nosotros, confesó Valentina, quien tenía el cuaderno de Paulino en sus manos, le habíamos preparado este pequeño viaje como una sorpresa, quisimos festejarle un cumpleaños, algo que el nunca tuvo, y le preparamos un día de campo el cual se incluía la navegación por el lago, pero algo falló y el bote se hundió.

-¿Ese es el cuaderno de Paulino?- preguntó el jefe de los bomberos.

-Si, lo trajo para mostrarme lo que había escrito.

-¿Puedo verlo?- solicitó Arriola.

Cuando Valentina se lo entregó, con mano temblorosa lo abrió y leyó, con sus ojos seminublados por el llanto:

GÉNESIS

Explica el principio de todas las cosas, la creación del universo y también la del hombre, ¿Será que Dios…. se acordó tarde de mí…. y un día…. también me creó…. olvidando…. darme padres…. y un nombre…. como a los otros niños?

TITO MUÑOZ

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