EL LUNES ME HAGO LA RABONA

Anécdotas del Secundario

Todo estaba tranquilo, ya tenía novia, el secundario no parecía tan difícil, pero, como se le ocurre a la vieja ésta tomar prueba de historia. Estoy seguro de que existe algo, una ley, o, no se que, pero alguna norma que no lo permite. No puede ser, recién comienzan las clases y ya nos comienzan a tomar pruebas. Habían transcurrido solo dos semanas desde el inicio de las clases. Primer año del secundario. No pueden permitir que con tan pocos días de clases, ya nos comiencen a torturar. No, ya lo tengo decidido, el lunes es la prueba, yo me hago la rabona.
A quién le importa eso de las Guerras Médicas, que los médicos se peleen todo lo que quieran, y los Fenicios, los Asirios, los Persas, los Musulmanes, los Mongoles a quién le importan, a mi lo que me preocupa son los vagos del “Barrio la Carbonilla”, que me corren hasta el Hotel Sierras Grandes cada vez que paso por allí, además yo quiero ser “Ferroviario” como mi papá.
Esta será mi primera vez y debo preparar todo cuidadosamente, no dejar nada librado al azar. En la bolsa para comprar el pan, pondré un diario en donde envolveré el guardapolvo, uno o dos bollos de pan, una lata de picadillo, dos huevos cocidos, un poquito de sal y el cortaplumas, no se para que esto si yo nunca como en la escuela, pero hay que ser precavido, por si las moscas, diría un amigo. Todo debe salir perfecto, dicen que la primera vez no se olvida jamás, no se si se referirá a las rabonas pero igual trataré de que todo salga bien. Ahora debo estudiar “como, adonde y por donde”, o sea, adonde iré a pasar el tiempo, como iré, seguramente caminando, si salgo con la bicicleta despertaré sospechas, por dónde, esto si es muy importante, debo esquivar los domicilios de los profesores, nadie debe verme.

Con todo rigurosamente planificado, el lunes salí de mi casa una hora antes. Por calle Hormaeche caminé rápidamente hasta la avenida San Martín, doblé
a la izquierda y crucé la calle, en la esquina con calle Italia, los ladrillos apilados en la vereda, para construir el nuevo edificio de Correos, me sirvieron de refugio para sacarme el guardapolvos, lo guardé con cuidado en
la bolsa y continué caminando hacia El Espléndido. Al llegar vi que había poca gente, una mesa ocupada por el Calilo, el Zurdo y el Sinfonía jugando al “Tute remate”, un poco mas allá, el Cabezón Rosales hablaba de motores con el Roly, mientras el Loco Abrile los observaba atentamente, sentado en el suelo junto al Rengo Félix.
Desde la calle llegó el sonido de un automóvil que se detenía, era el Land Rover de la policía. Como un rayo me dirigí hacia el baño, desde donde podría espiar por una rendija de la puerta. Se bajó un policía, entró al edificio y miró un largo rato para todos lados.
¡Que lo parió!, ya me estaban buscando.
Me di cuenta que ese lugar no era seguro y tome la decisión de dirigirme hacia el río. Compré un atado de “Saratoga” en el kiosco de Darío y cuando voy a salir, veo a la Cocha en la esquina despidiéndose de la Turca, la profe de Física. Para colmo ésta seguía el mismo camino que yo debía recorrer. Esperé a que se alejara un poco y la seguí a la distancia. Cuando entró a su casa, pasé corriendo frente a la misma, para no darle tiempo a reconocerme, luego pasé junto a la casa del Lito Leaniz. En la vereda del frente el petizo Verolé había desarmado una moto en la vereda y me miraba con curiosidad.
Me interné entre la frondosa vegetación (un yuyal que se la llevaba pu…), cuando de pronto escucho unos gemidos y jadeos. Me acerqué muy lentamente y pronto pude ver dos guardapolvos colgados en una rama y en el suelo estaba el (censurado), con la (censurado), haciendo (censurado). Los observé por un largo rato (esto estaba mas lindo que una película de la Sarli) y luego continué mi camino.
Caminaba a orillas del río Los Sauces, buscando un lugar para recostarme un

rato cuando los vi, dos policías a caballo se aproximaban. Seguramente me andaban buscando.
Apresuré el paso tratando de alejarme siguiendo el curso del río, pronto el césped (la gramilla) desapareció y para evitar dejar huellas en la arena, me saqué el pantalón y el calzado y caminé por el agua. Poco después tuve que salir porque me estaba congelando los pies.
Cuando llegué a la Pintada, desde lejos pude observar que sobre el tubo que cruza el río, había un uniformado con un arma larga. No podía creerlo y me estaba preocupando, ¿tanto lío por una rabona?
A pocos metros ingresé por un estrecho sendero que se abría hacia la derecha, y al llegar al alambrado perimetral, me senté sobre una piedra a pensar, mientras sacaba los huevos, la sal y el pan, para reponer energías. Al rato, recordé haber estado en una fiesta de cumpleaños cerca de donde me encontraba. Un embole total esa fiesta, la mayoría gente grande, bailando pasodobles y bebiendo sin control, para colmo muy poca comida, tuvimos que tomar prestadas dos robustas batarazas, del gallinero del fondo, y alejarnos del lugar caminando por angostos caminos. Recuerdo que regresamos con las gallinas y nos fuimos directamente hacia la cocina de los amigos Asia, pero al llegar nos encontramos con que ya estaba ocupada. Eran muchos los que estaban allí. El Jorge Aguilar desgranaba una zamba que todos coreaban. Esto tenía pinta de seguir hasta la madrugada. Nos fuimos a la casa de Jorge Oviedo, en donde las cocinamos a la olla, solamente con un puñado de sal. Salieron muy ricas o teníamos demasiado hambre, por poco nos comemos los huesos también. Pero ahora me sentía mas tranquilo, ya sabía por donde seguir.
Terminé con los huevos, y rápidamente me dirigí hacia el canal revestido, siempre con la precaución de no ser visto desde las casas.
Al llegar al canal, tuve que desviarme hacia las sierras, porque había gente desmalezando las orillas. Pensé en caminar hasta el terreno del aeropuerto, y

desde allí regresar a la ciudad por alguno de los poco transitados senderos que cruzan los campos.
Me sentía cansado, para colmo, para llegar al aeropuerto, tuve que cruzar abriéndome paso entre la tupida maleza espinosa que lo rodea. Me arden los
brazos y las piernas, estoy raspado por todos lados, por suerte me cubrí la cabeza con la bolsa en la que llevo el guardapolvo.
Encontré una acequia y me tiré en el suelo, boca abajo, a tomar agua, que rica y fresquita.
Me di cuenta de que se hacía tarde, y decidí comenzar a correr. Pronto pasé frente al hangar del Aeroclub, ya faltaba poco para la calle. En ese momento ocurrió, un dolor lacerante, punzante, que retorcía mis intestinos me detuvo en seco, no podía creerlo, la naturaleza llamaba pero no había elegido el mejor momento. Crucé el alambrado y por un estrecho sendero, llegué hasta un sauce. Las contracciones eran cada vez mas frecuentes. Subí con cuidado al árbol, me bajé la ropa y…en una explosión de felicidad, sentí el alivio inmediatamente. Luego de unos minutos, bajé del árbol, y observé que la fauna autóctona había huido, ni hormigas quedaban, ¡que curioso! Dejé de pensar en ello y continué corriendo, pronto llegué a la Casona, al lado de Obras Sanitarias. Ya me sentía en la civilización.
Luego de un trote sostenido llegué a mi casa. Me sentía destruido, todo raspado por las plantas espinosas y cubierto de tierra. Nunca pensé que hacerse la rabona fuera tan complicado, ¿será por eso que pocos lo hacen?
Busqué el rociador que utiliza mi madre para planchar la ropa, y luego de colgar cuidadosamente el guardapolvos de una percha, lo mojé para que se planchara durante la noche, lustré los zapatos y luego de una ducha reparadora me fui a la cama quedando profundamente dormido.
Al día siguiente, llegué a la escuela como de costumbre, pocos minutos antes de que suene el timbre. Me acerqué a un grupo de compañeras que charlaban animadamente, y Cristina Checa, al verme me dice:

-¿Qué día ayer, por suerte atraparon a los delincuentes?
-¿Qué delincuentes?
-Los que se fugaron de la Policía, por eso no hubo clases, nos mandaron a todos a la casa- dijo Mamina Funes.
-¿Y la prueba de historia?
-La toma ahora, en la primera hora.
En ese momento el timbre llamaba a formar.

TITO MUÑOZ

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