NAUFRAGOS DE LA VIDA
Marcelo, con sus manos aferradas a los gruesos barrotes de la ventana, contemplaba como la tarde rendía su luz pintando de rojo el horizonte, recordó que cuando niño, su abuelo decía que al día siguiente haría calor y no llovería, los pájaros retrasados apuraban su vuelo para regresar al nido antes de que la noche los desoriente, y como todos los días, una planta que nunca pudo ver, esparcía el perfume de sus flores, activando recuerdos de su lejana juventud. Elevó un poco su mirada, y creyó ver a una estrella apresurada que encendía su luz parpadeante, como si temiera que otra ocupara su lugar. Soltó los duros barrotes mientras pensaba que quizás esa era el lucero, y al volver la mirada hacia la puerta, se encontró con la imagen de Roberto, el sacerdote que había prometido compartir alguna de esas noches, el insomnio que de algún modo los unía.
-Hola Roberto, que sorpresa, no esperaba que regresaras.
-Espero que la sorpresa esté acompañada con un poquito de alegría.
-No lo dudes, pero pasa por favor, ¿quieres sentarte sobre la cama o en la silla?
-Prefiero la silla, traje el equipo de mate, me viene bien la silla junto a la mesita.
Dicho esto, se acomodó y puso los elementos que traía sobre la pequeña mesa. Abrió un paquete y sacó algunas tortitas de hojaldre para acompañar el mate.
-¡Feliz Navidad Marcelo!
-Gracias Roberto, ¿Cómo te permitieron entrar a esta hora?
-Llamé por teléfono, pregunté si todos habían recibido visitas en este día, y bueno, me dijeron que vos estabas solo y me vine, pero puedes llamarme padre, como todo el mundo.
Marcelo permaneció algunos minutos en silencio mirando fijamente al sacerdote:

-Por favor no te ofendas, pero yo tuve un padre maravilloso, una persona que se fue temprano, pero a quién nunca olvidé, el trabajaba en el ferrocarril, era maquinista, y siempre recuerdo ese olor tan particular que tenían sus ropas cuando regresaba de algún viaje, olor a hierro caliente, a grasa y aceite pesado, a carbón de piedra, al perfume de los campos que recorrían los trenes, detalles que siempre estarán en mi memoria, y yo no puedo llamarte padre, Roberto, no se, es algo mas fuerte que mi voluntad.

-Tranquilo Marcelo, me gusta ese amor por tu padre, quédate tranquilo, no me molesta, pero contáme como fue tu día.
-Bueno anoche miré por la ventana las luces de los fuegos artificiales, escuché las explosiones, algunas bocinas de automóviles, y me acosté a recordar algunas navidades que pasé junto a mi familia.
-Tú tienes cuatro hijos, ¿verdad?
-Si, tres varones y una mujer.
-¿No te visitan Marcelo?
-Hace mucho tiempo que no los veo, es que la vida ha cambiado mucho, ahora tienen que trabajar muchas horas para mantener a su familia, la vida es más complicada, las ocupaciones y responsabilidades no les dejan tiempo libre para venir a visitarme.
-¿Te sientes culpable?
-No lo se, a veces lo pienso, en realidad lo pienso mucho, pero no los culpo, llego a la conclusión de que deben ser responsables con las familias que formaron.
-¿Son todos casados?
-Los varones si, de mi hija no se nada, hace unos quince años que no la veo, ya debe tener veinticuatro años, era muy bonita cuando pequeña.
-¿Ella te culpa de algo?
-Creo que todo se relaciona con la muerte de su madre, yo estaba trabajando en la fábrica, aún faltaban varios días para el parto, cuando me avisaron que mi esposa había muerto, ella tenía una anemia muy alta y en el parto, tuvo una hemorragia que no pudieron detener, eso le produjo un shock hipovolémico y finalmente la muerte, no supieron darme datos del bebé, pero yo tomé la moto enloquecido y salí a toda velocidad hacia el hospital, a las pocas cuadras tuve un tremendo accidente, choqué contra otro vehículo. Perdí el conocimiento y no recuerdo nada mas, no se cuanto tiempo estuve internado, de operación en operación, terapias y rehabilitación, mientras mis hijos afrontaron solos toda la adversidad que de pronto los golpeó. Yo no pude volver a trabajar, y con los años conocí a mi hija, ya tenía cinco años, mi cuñada la trajo para que me conociera, para que conociera a su padre. La emoción y la sorpresa fueron tan grandes, que me produjeron un ACV, y luego otros años de tratamiento y rehabilitación y aquí estoy, charlando con vos.
-¿Nunca más viste a tus hijos?
-Si, hace unos diez años, cuando me trajeron a este asilo, me hicieron firmar unos papeles para que ellos pudieran cobrar un dinero que el Estado destina a los minusválidos como yo.
-Bueno, es muy importante saber que se preocuparon mucho por vos, este lugar es muy bueno, limpio, iluminado, con buena atención.
¿Sabes Roberto?, yo soy de los tiempos en que las familias estaban completas, y los viejos morían en sus casas.
-Pero aquí estas bien Marcelo.
-Mis días son muy largos y mis noches muy tristes, no se, quizás la oscuridad no permite que los pensamientos se distraigan, entonces regresan los recuerdos, los momentos felices de la vida y también los momentos tristes, a veces me levanto de la cama y miro por la ventana, entonces trato de adivinar cual de esas estrellas me está esperando, cuando estaba en la otra habitación, que compartía con el Flaco Esteban, la vida se me pasaba muy rápido, entre los dos nos entreteníamos mucho, pero una mañana él no despertó, se fue y me trajeron aquí, a esperar en soledad.
-¿No les permiten tener televisor o radio?
-No, eso no, y lo peor fue cuando se llevaron la biblioteca, ya no tengo esos libros mágicos que me llevaban a lugares que nunca conoceré, ya no viviré esas historias y fantásticas aventuras que imaginaron esos seres tocados por la magia de la creación.
-No te preocupes Marcelo, desde mañana te cubriré con libros y también haré que te traigan el diario todos los días.
-Roberto, tu gesto es maravilloso, pero yo ya no puedo leer, veo muy poco y no distingo las cosas pequeñas.
-Entonces vendré a leerte algunos libros, pero ya no será todos los días, tengo muchas obligaciones, pero siempre encontraré el momento para visitarte.
El sacerdote miró el reloj:
-Bueno, ya es muy tarde, debo irme, he pasado momentos muy lindos en tu compañía Marcelo, ¿lloras mucho?-preguntó de pronto.
-No, o quizás si, pero mis ojos no derraman lágrimas, los náufragos de la vida tenemos los ojos secos.
-,-

Sentido homenaje a los ancianos olvidados, solos, abandonados en geriátricos, residencias, hogares, asilos, ancianos de ojos secos y mirar callado, que esperan en silencio el paso a la eternidad, al olvido definitivo, como aceptando un final nunca presentido.

TITO MUÑOZ

Deja un comentario