BALADA DESDE VILLA DOLORES

BALADA DESDE VILLA DOLORES
Drama de la vida
Buceaba por Internet, cuando un título llamó mi atención: “Balada desde Villa Dolores”. Recordemos que una balada, es una forma de contar una historia, una leyenda o relatos épicos, cuentos de amor o de miedo, acompañados por una música suave, melancólica y quizás hasta un poco triste. Me desorientó un poco el título y en verdad no sabía si se trataba de Villa Dolores, mi ciudad. Puse play y me senté a escucharla. La música, se correspondía con canciones de estilo fúnebre, muy utilizadas en los sepelios de gente de color ligados a la música, en la zona de Alabama y otras ciudades cercanas al Rio Misisipi, de pronto una voz dulce y suave, comienza a relatar la historia de su propia vida, una historia muy triste que comienza en Villa Dolores de Córdoba.
Como tenía la dirección de mail de la responsable de subirla, decidí escribirle, y aclaro que deduje que se trataba de una mujer, justamente por su mail.
Pasaron algunos días, quise escuchar nuevamente la balada, pero la misma había sido borrada o bloqueada, pero al regresar al archivo de mensajes, comprobé que me había contestado. Estaba en línea y chateamos un largo rato. Nuevamente me relató su historia y me autorizó a publicarla omitiendo su nombre.
A continuación, transcribo el mail enviado por: “María”, la bautizo con este nombre para facilitar el relato.
“Yo nací en el año 1940, el lugar en la ciudad no lo sé, regresé en varias oportunidades a Villa Dolores, pero no pude encontrar indicios de la casa en la que viví. Recuerdo que era una vivienda grande, dividida en dos, en una parte vivían mis abuelos y al lado nosotros. La casa tenía una galería grande, había muchas plantas, un parral cubría la mitad del patio, y al medio de éste, un aljibe de donde sacábamos el agua fresquita, con un balde que jalábamos con una cadena. Yo iba a una escuela, ahora no recuerdo el nombre, pero cerca de ella había una fábrica de cal. Recuerdo que mi padre siempre me recomendaba no acercarme a ese lugar, pero a mi me gustaba mirar como bajaban y subían por rieles unas chatas de hierro, cargadas con cal, también me gustaba ver cuando descargaban piedras o prendían grandes fuegos, y veía salir el humo y a veces también las llamas por una enorme chimenea.
Los recuerdos de mi infancia son muy lindos, jugaba la mayor parte del día, hasta cuando buscaba ramas para calentar el horno de barro, en donde mi madre hacía el pan, y a veces también cocinaba, todo formaba parte de algún juego. Éramos pobres pero yo no lo sabía, nunca me faltó nada.
Mi padre trabajaba con mi abuelo en una bodega, que estaba ubicada en la Avenida San Martin, casi en la vereda del frente del Hotel Sierras Grandes. Yo recuerdo algunos nombres, como Salagre y Contursi, pero no se quienes eran, posiblemente compañeros de trabajo de mi abuelo.
Cuando yo tenía siete años, falleció mi abuelo. Fueron momentos muy tristes, pocos meses después también se fue mi abuela, no pudo resistir la pérdida de su compañero. Jamás olvidaré esas negras carrozas tiradas por caballos, manejadas por hombres de trajes y sombreros de copa alta también negro, con guantes blancos. Las flores colgando de los costados, recuerdo que los negocios cerraban sus puertas al paso de la caravana o acompañamiento, los hombres se sacaban sus sombreros, algo muy usado en esos tiempos, y el final, esos huecos tan profundos en el suelo, adonde los bajaron con largas cuerdas, y luego el ruido de la tierra golpeando sobre esas negras cajas de madera. Fueron imágenes que nunca olvidé.
Poco tiempo después, el dueño de la empresa despidió a mi padre, diciendo que el que conocía el trabajo era mi abuelo. Le dio mucho dinero y también compró la casa y le sugirió a mi papá, viajar a Buenos Aires, y le dio la dirección de un amigo que tenía una fábrica y le daría trabajo.
Yo nunca había visto tanto dinero junto. Lo contaron con mi madre y mi hermano mayor, y luego lo colocaron en un maletín de cuero al que le pusieron llave.
Recuerdo el día que nos fuimos, en el auto negro, que fue de mi abuelo, mis tres hermanos en el asiento de atrás, mi padre manejaba y yo al lado de mi madre embarazada y gorda, con su panza enorme, apenas cabíamos los tres. El hermano de mi madre, que tenía un camión, llevaba todas nuestras cosas. Él nos guiaba, marchaba adelante. Mi padre nunca había salido de Villa Dolores.
El día que nos fuimos, tuve muchos sentimientos encontrados, la tristeza de despedirme de mi amiga Florencia, quien se quedó mirando como el auto se alejaba, y la ansiedad y la alegría de mi primer viaje, la aventura de ir hacia un mundo de fantasías. A esa edad no comprendía la dimensión del momento que vivíamos, viajábamos cantando, riendo, haciendo chistes. Nada hacia prever el drama que se avecinaba.
Luego de muchas horas de viaje, dos noches mal dormidas dentro del auto, mi madre con dolores cada vez más fuertes, muchas paradas, pero al fin llegamos a la dirección indicada. Habíamos almorzado en un comedor en donde paraban los camioneros, un plato de guiso o sopa muy espesa, con mucho puchero. No recuerdo al nombre del barrio, pero creo que era en Avellaneda. Mi tío estacionó el camión frente a una vivienda, y mi padre detuvo el auto sobre la vereda.
Bajamos del auto corriendo, mirando hacia todos lados, como tratando de memorizar el lugar en el que estábamos. Mi padre abrió la puerta, asegurada con una cadena y alambre, del terreno que había delante de la casa, el cual no tenía ninguna planta, y nos dirigimos hacia la casa. La vivienda era amplia, con grandes ambientes, pero me llamó la atención la altura del techo, lo comparaba con el de mi casa de Villa Dolores, y éste tenia la mitad de altura. Algunos faroles a Kerosén colgaban del mismo, y quedaban a una altura que hasta yo que era la mas pequeña podía prenderlos.
Mi Tío fue a buscar gente para que nos ayudara a descargar el camión, y pronto regresó con algunos hombres que de inmediato se pusieron a trabajar.
En poco tiempo la casa quedó armada. Hacía mucho calor y no teníamos árboles que nos protegieran, por lo que mi mamá se las ingenió para hacer unas cortinas con sábanas, y nos acostamos a dormir la siesta. Por fin una cama. La casa y el lugar no me agradaban demasiado, pero me sentía contenta.
Por supuesto que la ansiedad no me permitió dormir, y pronto me levanté y comencé a buscar mis juguetes.
Pronto mis padres también se levantaron, y mi madre preparó el mate y se sentaron a conversar:
-Tenemos que salir a hacer algunas compras- decía mi papá- mañana es Noche Buena y quiero esperar la Navidad como nunca lo hemos hecho, quiero que pasemos una noche inolvidable en familia, ¿porqué no traes el maletín así sacamos un poco de dinero?
-Pero yo no sé adonde está, creía que vos lo habías bajado del auto.
Mi padre se levantó de un salto, con gesto de preocupación en su rostro. Despertaron a mis hermanos y entre todos revisamos toda la casa, luego fueron corriendo hasta el auto, pero nada encontraron. Mi madre lloraba y decía, esperemos a que vuelva mi hermano, seguramente quedó en algún lugar del camión.
-No puede ser, si lo pusimos en el auto, ¿quién recuerda haberlo bajado? – preguntó mirando a mis hermanos.
Ninguno recordaba haberlo visto.
-Nos robaron gritaba Papá- mientras recorría la casa de un lado a otro, y revisaba una y otra vez todos los muebles, colchones, la ropa y todo lo poco que teníamos.
Mis padres estaban desesperados, mi madre lloraba abrazada a mi padre, yo y mis hermanos mirábamos desconcertados, mientras nos preguntábamos: ¿y ahora que pasará?
En eso mi hermano mayor, tomó el revólver de mi padre, lo colocó dentro de una bolsa y les dijo:
-Tranquilos, yo se adonde viven los que nos ayudaron a descargar las cosas, yo voy a recuperar el dinero- y decidido salió de la casa.
Esa fue la última vez que vi a mi hermano, jamás regresó y nunca supimos de él. Muchas veces me pregunté si en el bolso que se llevó no estaba el dinero, pero traté de desechar esa idea, no podía creer que mi hermano nos hiciera algo así.
Esa noche mi madre, que se sentía muy mal, preparó la carne que había traído, seca en sal, y comimos en silencio. Cosa extraña, no nos atrevíamos a salir de la casa, como si nosotros fuéramos los delincuentes.
Al día siguiente, juntamos el poco dinero que teníamos, yo vacié mi alcancía, y mis hermanos fueron a comprar un poco de fideo y pan. También trajeron algunas verduras que en el negocio habían desechado, y pudimos almorzar. Esa noche mis padres habían tomado una decisión, creo que era lo único que podíamos hacer, pedirle a mi Tío que nos remolcara con el camión, y regresar a Villa Dolores.
La casa estaba en silencio, todos hablábamos en tono muy bajo, como si temiésemos despertar a alguien.
Y llegó la Noche Buena, hacía mucho calor y teníamos todas las ventanas abiertas, tomamos un poco de sopa, repartimos el pan entre todos y nos quedamos llorando en silencio, mirando por la ventana como la gente festejaba la llegada de la navidad, se escuchaba música, algunas explosiones de pirotecnia, se veían cañitas voladoras y personas bailando, riendo y cantando a viva voz. Fue la navidad más triste de mi vida, nunca olvidé esa noche. Temprano se acabó el kerosén de la lámpara y nos fuimos a dormir, al día siguiente volvería mi Tío y regresaríamos a Villa Dolores.
De más está decir que fue muy difícil conciliar el sueño.
A la madrugada, nos despertaron gritos y la luz de un fuego muy intenso. Saltamos de la cama y nos dirigimos hacia la puerta de la casa, y allí lo vimos, el auto ardía por los cuatro costados, alguien mencionó a una cañita voladora. Todos los vecinos colaboraban con baldes con agua tratando de apagar el incendio. Pero todo fue en vano. Miré a mi padre que estaba como petrificado, con las manos sobre su cabeza, y de pronto cayó como fulminado. Alguien llamó a un enfermero que vivía cerca. El hombre vino, lo revisó y dijo que estaba muerto, que podría ser un infarto o un derrame cerebral. Mi madre se desmayó y cayó al suelo violentamente. Una vecina observó que sangraba abundantemente. La cargaron en un auto, una señora me tomó del brazo y me subió al auto con ella, y partimos hacia el hospital.
Mi madre perdió el bebé, y debía permanecer varios días internada, había perdido mucha sangre. La Doctora que la atendía, me vio y decidió llevarme a su casa, le pidió autorización a mi madre y me llevó. Yo estaba muy asustada, habían pasado muchas cosas malas en muy poco tiempo. Cuando le conté a la Doctora que mi padre había fallecido, me llevó hasta la dirección que mi madre le dio. Cuando llegamos estaba el camión de mi Tío en la puerta de la casa, habían cargado todas las cosas, y ocultado el cadáver de mi padre entre los muebles, para poder transportarlo hasta Villa Dolores sin que lo detecten en algún control. Mi Tío, le pidió a la Doctora que cuidara de mí, ya que no había lugar para llevarme en el camión. La señora aceptó de buena gana y me llevó a su casa.
Ella vivía con su hermana, una señora mayor, que pronto se encariñó conmigo, y me llevaba todos los días a ver a mi madre al hospital.
Una mañana, llegamos, y no encontramos a mi mamá, dijeron que se había ido con un hombre que trabajaba en ese lugar, que el día que se fue se la veía muy contenta y que había dejado un recado para mí, que me dijeran que pronto regresaría a buscarme, pero eso nunca ocurrió.
Estas mujeres me criaron, me enviaron a la escuela y con los años me recibí de médica. Elena, mi segunda mamá, como yo la consideraba, me llevó a trabajar con ella, hasta que nos fuimos a vivir a Montreal, lugar en donde me encuentro.
Ellas ya no están, yo vivo con una hija adoptiva, hermosa mujer que me acompaña y me cuida. Se que ya no volveré a Villa Dolores, que todos mis recuerdos son como sueños lejanos, algunas veces la nostalgia me alcanza y lloro, lloro mucho, trato de recordar rostros que el tiempo se encargó de borrar, y escribo o, mejor dicho, escribí mi historia con el ánimo de retenerla, sufrí mucho, algunos tramos de mi vida fueron desgarradores, pero también fui muy feliz, ayudé a mucha gente y poseo amigos que me ayudan en este último tramo de mi vida. Quiero decirle que me alegro mucho de haberlo encontrado, mejor dicho, que me haya encontrado y que desee escribir esta historia, sé que es una ilusión, pero siento que, a lo mejor Florencia, mi amiga de la infancia, pueda leerla y recordarme, no sé, posiblemente Usted lo vea como una quimera, porque yo nunca me enteraría, aun así, por favor publíquela y envíeme una copia por este medio.
TITO MUÑOZ

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