SEÑORA DE LAS PLANTAS

Seguramente muchos la recuerdan.

Como lo hago frecuentemente durante mis visitas a Villa Dolores, decidí caminar un rato por Plaza Sarmiento. Me calcé las zapatillas, tomé el contenido de una botella de Stella Artois, (por eso de la deshidratación ¿viste?), y me fui a la Plaza.
Finalizaba la primera vuelta, cuando tuve que buscar un lugar para sentarme, las zapatillas se habían cansado y necesitaban reponer energías. En un banco con sombra había un hombre apoyado en un bastón, con la mirada fija al frente. Me senté a su lado y no se movió. Pensé que podría ser una figura de cera, y estaba por averiguarlo quemándolo con un cigarrillo, cuando giró su cabeza, me miró fijamente y me dijo:
-¿Vos sos el Tito?
Sorprendido, no lo reconocí, asentí con un movimiento de cabeza.
-Hace muchos años que no nos vemos- dijo a continuación.
Mi cabeza trabajaba a full, tratando de recordar a quien pertenecían sus facciones. Estaba muy deteriorado.
-Ya veo que no te acordás de mí, fui tu instructor en el Servicio Militar.
-Si ahora me acuerdo de vos, sos Carlos, fuimos compañeros en la escuela primaria. Si habremos jugado a la pelota en la canchita, aquí a la vuelta. ¿Pero qué hacés con ese bastón, trajiste a pasear a tu abuelita?
-No seas tarado, estoy bastante mal, sin el bastón no llego a la esquina.
-Vos eras un tipo con mucha preparación física, recuerdo que fuiste paracaidista, buzo táctico etc., creo que ya eras capitán cuando hice la colimba, que te pasó.
-En Malvinas, me metieron tres tiros por la espalda. Pero no fueron los ingleses, las balas vinieron de nuestras propias trincheras.
-A la pucha, y sabés como fue eso, aunque ya me imagino, alguien que aprovechó la oportunidad, vos eras bastante guacho, yo te hubiera metido todo el cargador.
-No, ni me interesa, a mí me recogieron los ingleses y me trataron durante más de tres años, ellos me salvaron la vida. Me llevaron en avión a Inglaterra y allá me hicieron varias operaciones.
-Vos estás agradecido de los ingleses entonces.
-Mirá, cuando pude regresar, mi mujer ya tenía dos chicos con otro marido, el ejército me quiso otorgar un ascenso y el gobierno me lo negó, vivo solo como un pordiosero, no tengo mucho para agradecer.
En ese momento llegó un hombre tirando de un carrito, ofreciendo queso de cabra y arrope de miel, de tunas, de higo, de chañar y miel pura de abejas, salame y algunos otros fiambres diciendo que eran de la colonia (seguramente de la colonia Holandesa, de las Tapias). No le compramos, pero al verlo tirar de su carrito, sufrí una extraña experiencia, una especie de Deja Vu, y se lo comenté a Carlos.
-Me acaba de ocurrir algo muy extraño, ¿te acordás cuando me contabas que cuando estabas en el Colegio Militar de la Nación y te enseñaron a saludar con el sable, a vos te pareció que ya habías vivido ese momento?, bueno me acaba de ocurrir algo similar. ¿Pero no te molesta que hable tanto?
-No, dale contáme, yo no puedo hablar demasiado, me fatigo mucho.
-No sé si te acordás, pero cuando yo era un niño, venía a la siesta a leer revistas o algún libro de cuentos a la plaza.
-Si claro que me acuerdo.
-Algunos días, yo veía pasar a una señora, tirando de un carrito como el de este hombre, vendiendo plantas y flores.
-Si la conocí, doña Alcira, vivía cerca de mi casa.
-Yo la reconocía cuando venía, porque escuchaba sus pasos, caminaba arrastrando los pies, inclinada hacia adelante tirando de su carrito. Yo la miraba disimuladamente, y seguramente ella también, y un día me comenzó a saludar:
-“Hola pichón, siempre leyendo vos”
-Adiós señora- era mi respuesta, no me gustaba que me dijera pichón. Esto ocurrió durante mucho tiempo, cierro los ojos y me parece verla venir con su paso cansado, su blanca cabeza protegida con un pañuelo de desteñidos colores, tirando de su carrito con ruedas de bicicleta, cargado de pequeños tarritos con plantas que ofrecía con voz queda. Me parece escuchar el compás de sus pasos cansados, arrastrando sus zapatos por las calles de la ciudad. Pero siempre me llamó la atención la limpieza de su ropa, gastada, remendada pero siempre limpita.
Con el tiempo, yo no volví a la Plaza a leer, pero esta mujer, había impactado de tal modo en mí, que cuando hacía frio y la recordaba, o cuando llovía o corrían fuertes vientos, pensaba que a lo mejor ese día, en el cual no podía ejercer su comercio, no tendría dinero para comprar su comida. No supe más de ella, si tenía familia, donde vivía, ni siquiera su nombre, hoy vos me dijiste que se llamaba Alcira, pero tengo mis dudas, me parece recordar que su nombre era Clara, ¿Qué fue de ella?
-No Clara era la rezadora, esa si que es una historia, pero volvamos a Alcira.
-Esa pobre mujer tuvo una vida muy triste, madre de cuatro hijos, llevaba una vida de ama de casa, eran pobres pero tenían lo imprescindible para vivir, los hijos estudiaron, y cuando los dos mayores terminaron el secundario, el padre un día los llevó a trabajar con él y nunca más volvieron. Ella quedó sola con dos hijas, que tendrían dieciocho y veinte años a lo mejor, no recuerdo bien, pero no tenían de que vivir. La hija menor se fue con un novio y la otra pronto la siguió. Alcira quedó solita en esa casa. Los vecinos la ayudaban dándole un plato de comida todos los días, y ella retribuía realizando tareas de limpieza, lavado y planchado de ropa, cuidado de niños etc., pero su desgracia no terminó allí, un día la desalojaron porque no podía pagar el alquiler, le sacaron sus pocas pertenencias a la vereda, y se fue a vivir a un terrenito cerca de las vías del ferrocarril. Allí los vecinos, entre todos, le construyeron una piecita, precaria pero muy firme, cavaron un pozo que le sirvió de letrina, con una manguera y una canilla, un vecino le dio agua y unieron varios cables para llevarle electricidad. Ella lo único que tenía era una radio que permanecía siempre encendida, no se podía apagar, y una sola lámpara en medio de la habitación. De su antigua casa solo pudo rescatar la cama, una mesa pequeña, dos sillas y algunas perchas que colgaba de un alambre con su ropa.
Entonces fue que comenzó a cultivar plantas, pedía gajitos que luego plantaba y cuidaba, y con ellos logró tener una importante variedad que luego vendía. A pocos metros pasaba una acequia de riego, y en sus orillas plantó varias especies que le dieron las flores que vendía.
Un día la encontraron sin vida sobre su cama, nadie supo de qué murió ni cuando, pero recuerdo que pasaron casa por casa recolectando dinero para pagarle el sepelio, de sus hijos no se supo nada más, ninguno estuvo en su entierro.
-Vos sabés que te escucho y es como si una parte de mi vida, que había quedado pendiente de pronto se aclarara, ahora me doy cuenta que aprendí a querer a esa sacrificada mujer.
En eso llegó un vehículo, bajaron una silla de ruedas y se lo llevaron a Carlos, pero antes de que cerraran la puerta me gritó:
-Che Tito, si mañana andás a la misma hora, te cuento la historia de la rezadora.
-Dale, mañana vengo.
Me quedé un poco triste, no imaginé ese final para la Señora de las Plantas. Comencé a caminar hacia mi casa, y traté de imaginar con que historia me saldría mañana Carlos, pero un día pasa rápido, mañana se los cuento.

TITO MUÑOZ

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